28.4.11

Ocho años y seis meses


Por Carlos Girotti (*)

El 27 de abril de 2003, la sociedad argentina volvía a asomarse al abismo. Ese día, Carlos Menem obtenía el 24,45% de los votos de la primera vuelta en las elecciones presidenciales, mientras que el ignoto Néstor Kirchner sumaba 22,24%. Como es sabido, no hubo balotaje. Menem comprendió que una avalancha de votos se le vendría encima si se presentaba al desquite y entonces, con el abismo a centímetros de su espalda, la sociedad argentina se dispuso a esperar qué haría Kirchner con la banda presidencial cruzándole el pecho.
La historia que va desde aquella jornada hasta el 27 de octubre de 2010, día del fallecimiento de Néstor Kirchner, es la historia de una nación y un pueblo que dejan, cada vez más atrás, el peligro de caer en aquel abismo que significaba una nueva presidencia de Menem. Todavía se dirá, se escribirá y se polemizará mucho acerca de ese período, pero hay algo que ya no admite controversias: la irrupción de lo que se ha dado en llamar kirchnerismo es la marca distintiva que caracteriza a esta nueva época histórica. Nadie, ni los más acérrimos opositores, expresa una duda siquiera respecto a esta cuestión. Sin embargo, no ocurre lo mismo cuando se trata de caracterizar si existe continuidad de esa época tras la muerte del hombre que le diera su impronta característica.
A seis meses del deceso de Néstor Kirchner, y cuando falta otro tanto para las próximas elecciones presidenciales, la incapacidad para comprender que esta época histórica va mucho más allá de la desaparición física del ex mandatario admite múltiples variantes. Pero la incapacidad es la misma. Desde aquellos que suponían que alegremente podían candidatearse –y hoy no tienen más remedio que bajarse de los pedestales para intentar una módica disputa por la Capital Federal– hasta los que bucean en cifras económicas para vaticinar la proximidad de la catástrofe siempre anunciada, todos coinciden en un punto: aunque Cristina gane en octubre esto se desbarranca.
Hay, en ese amplísimo abanico de posiciones políticas e ideológicas, un rechazo profundo al modo en el que las amplias mayorías populares se han visto identificadas con los cambios de todo orden que vienen atravesando a la sociedad en su conjunto.  Ocurre que ese modo de identificación no transitó por los canales de la representación tradicional que se hizo trizas con la crisis de diciembre de 2001. Al contrario, discurrió por los entresijos de una cotidianeidad social que, si antes estaba marcada por los claroscuros de la resistencia, paulatinamente iba adquiriendo las luces de una esperanza renovada.  El barrio, la escuela, la fábrica, la oficina, la universidad, el sindicato, la bailanta, en fin, todo aquello que bajo la ofensiva neoliberal había sido cruzado por el esfuerzo resistente, ahora era resignificado como lugar de realizaciones concretas. La sensación de que lo arrancado ya no sería recuperado, le dio paso a esta otra sensación de que el futuro era posible. Esto es lo que, desde ese 27 de abril de 2003, comenzó a fluir por lo más profundo de una sociedad que, poco tiempo antes, había sido llevada al borde del colapso. Pero lo más profundo no estaba en los mecanismos tradicionales de la representación ni en los representantes, estaba en lo irrepresentado, en ese día a día carente de horizontes en el cual se debatían millones de personas.
La muerte de Néstor Kirchner, dicen los escribas del poder real, le dio a Cristina la posibilidad de ganar cómodamente en octubre próximo. Es incomprensible para ellos que este período que se inició hace ocho años haya calado tan hondo en la conciencia ciudadana. No pueden entender que los cambios ocurridos tengan su canal de representación en el proceso de apropiación que de ellos han hecho quienes fueron empujados, durante décadas, a la no representación.
¿Quién aceptará mansamente que la asignación universal por hijo sea derogada, que se deroguen las paritarias, que se indulte a los genocidas, que se liquide el sistema público de jubilación, que la policía vuelva a reprimir la protesta social, que los jueces no sean juzgados, que se prohíba el matrimonio igualitario, o que Vargas Llosa entre como Pancho por su casa?
Lo que late en lo profundo de la sociedad argentina es la marca de una época histórica que, por añadidura, abarca a todas las experiencias populares en Suramérica. Es esto lo que torna irreversible al triunfo electoral de octubre porque la mayoría no está dispuesta a dar marcha atrás, no consiente siquiera una discusión al respecto y, precisamente por eso, Cristina es su candidata indiscutida.
En apenas seis meses más esto será un hecho incontrovertible, como también lo es ahora que, desde hace seis meses, la figura de Néstor Kirchner representa el sentido del avance popular que las derechas restauradoras quisieran parar y las izquierdas perdidas añoran dirigir.-

(*) Sociólogo, 27 de abril de 2011. 
ARTÍCULO PARA BAE

21.4.11

Desafío presidencial: alcances

 Por Carlos Girotti (*)
Editorialistas, gurúes, correveidiles y hasta intelectuales de fuste que trasiegan los pasillos opositores ya no saben a qué magia apelar porque los santos invocados tampoco les alcanzan: la Presidenta luce imbatible.  Aquí no hay una interpretación sesgada de este columnista; apenas se trata de la constatación que surge de los dichos y escritos de quienes, con desasosiego, asumen como propia la incapacidad política de todo el arco opositor. A confesión de parte, relevo de pruebas. Pero la Presidenta acaba de plantarles un nuevo desafío. ¿Podrán con éste recuperarse de la retahíla de fracasos?
“Las corporaciones de turno –afirmó CFK– no pueden ocupar nunca más la Casa de Gobierno para tomar decisiones, como lo hicieron durante años”. Bueno, de hecho viene siendo así desde 2003. Baste recordar la respuesta de Néstor Kirchner al malhadado memorando de condiciones que le quiso imponer José Claudio Escribano del diario La Nación. De entonces para acá, las grandes corporaciones sólo han sabido de frustraciones en su repetido intento de restaurar el vínculo entre su propio poderío económico y el poder político del que antaño disfrutaron. Es probable que un símbolo patético de ese quiebre haya sido la decisión adoptada por Escribano, el 1° de diciembre de 2005, de abandonar la subdirección del matutino para el que había escrito durante medio siglo. Pero el gesto pasó desapercibido porque era muy temprano para que adquiriera su simbólica estatura actual. Hoy, en cambio, esa retirada –que presumía de ordenada– tiene  los rasgos de un desbande en todas las líneas: “El que quiera hacerlo (tomar decisiones) que abandone la corporación y cree un partido político”, dijo la Presidenta. Sin embargo, el partido sigue sin aparecer.
Las grandes corporaciones se enfrentan, por primera vez en mucho tiempo, a un límite inimaginable en épocas del auge neoliberal. Su poderío económico se ha acrecentado en términos exponenciales, sólo que esto ha sido inversamente proporcional a su capacidad para controlar políticamente a la sociedad y, desde luego, al gobierno. El deshilache de la oposición restauradora –aquella que se lanzara con sus centauros a galope tendido con el conflicto por las retenciones a las exportaciones agrícolas y que cobrara nuevos bríos con el resultado electoral de 2009– es la más cruda manifestación de la impotencia del gran capital frente a una época histórica que cuestiona de raíz la falacia de su pretendida vocación democrática.
Pero no sólo las grandes corporaciones no han podido constituir su propio partido político. Aun aquellos sectores que quieren diferenciarse y hasta controlar al gran capital acaban utilizando los argumentos de éste para cuestionar la voluntad presidencial. “Que sea con el Congreso y no con un decreto de necesidad y urgencia”, dicen, sin percatarse que la Famiglia Rocca plantea lo mismo para empantanar el nombramiento de directores estatales en sus empresas. Tampoco estos sectores atinan a comprender que un partido político, antes que un organigrama estatutario, un “instrumento”, un conjunto de protocandidatos, una sede edilicia o una profusa campaña de afiches, es fundamentalmente un discurso, un relato emparentado con la cotidianeidad de millones de personas y, sobre todo, una posibilidad cierta para un futuro asible y preciso. El formalismo democratista de esta centroizquierda es el reverso obligado de la acusación de “chavismo” que le hacen al gobierno la Famiglia y sus adláteres.
Con certeza, cuando la Presidenta desafía a las corporaciones a que creen su propio partido, y al hacerlo desafía también a todo el abanico opositor, lo que está diciendo es que si quieren torcer el rumbo que se preanuncia en octubre deben tener ese discurso político y no el del apriete o la diatriba, según de quien se trate. Pero es preocupante que le hicieran caso omiso. En la vereda de las corporaciones lo es porque la historia del gran capital en Argentina está orlada de violencia, desprecio a la voluntad mayoritaria y obsecuencia al poder mundial de turno. En los otros sectores lo es porque en cada oportunidad histórica que el pueblo pudo aprovechar para restañar sus heridas y avanzar, ellos optaron por cumplir el papel de fiscales y no el de defensores.
El desafío, entretanto, está lanzado y ninguna fracción opositora, sea del signo ideológico que fuere, está exenta de responderlo a la altura de las circunstancias que, a la sazón, no son otras que las de la disputa por la hegemonía, por la dirección política y cultural de la sociedad en su conjunto. Claro que, por lo mismo, el desafío involucra y compromete a las fuerzas populares más proclives a la profundización de los cambios porque, después de octubre, nadie se quedará de brazos cruzados. Aunque, a decir verdad, hay algunos que ya están muy activos.
El cónclave organizado en estos días por la Mount Pelerin Society y la Fundación Libertad, verdadera cita de la derecha mundial en Argentina, muestra hasta qué punto las corporaciones locales y extranjeras carecen de un partido autóctono que las represente. Pero el triunfalismo sería pésimo consejero, tanto para alegrarse por esa impotencia como para subestimar esta iniciativa.  Aquí, como en todo lo demás, también cuadra el desafío.-

(*) Sociólogo, Conicet. 20 de abril de 2011. ARTÍCULO PARA BAE

19.4.11

La «Doctrina Obama»



Por Thierry Meyssan*

A menudo se dice que los generales no anticipan el cambio que viene y preparan la próxima guerra como si debiera ser similar a la anterior. Esto se aplica a los comentaristas políticos: interpretan los nuevos eventos no por lo que son, sino como si repitieran a los que les precedieron.
Cuando los movimientos populares derrocaron a Zine el-Abidine Ben Alí en Túnez y en Egipto, Hosni Mubarak, muchos pensaban asistir a una «revolución de jazmín» [1] y una «revolución de la flor de loto» [2], al igual que las revoluciones coloreadas que la CIA y la NED han llevado a cabo de forma encadenada desde la desaparición de la URSS. Algunos hechos parecen darles la razón, como la presencia de agitadores serbia en El Cairo o la difusión de la propaganda [3]. Pero la realidad era muy diferente. Estas rebeliones eran populares y Washington intentó, sin éxito, desviarlas para su provecho. En definitiva, tunecinos y egipcios no aspiraban a la American Way of Life (el estilo de vida estadounidense), sino más bien para deshacerse de gobiernos títeres manipulados por los Estados Unidos.
Cuando se produjeron disturbios en Libia, estos mismos comentaristas han tratado de recuperar la zaga de la realidad al explicar que en esta ocasión, se trataba de un levantamiento popular contra el dictador Gaddafi. A continuación, acompañaban sus editoriales de dulces mentiras, presentando al coronel como un eterno enemigo de la democracia occidental, olvidando que colaboraba activamente con los Estados Unidos desde hace ocho años [4].
Sin embargo, si miramos más de cerca, lo que está ocurriendo en Libia es el primer avivamiento del antagonismo histórico entre Cirenaica por un lado, Tripolitania y Fezzan del otro. Es sólo en segundo lugar que este conflicto ha tomado una inclinación política, la insurrección identificándose con los monárquicos, a los que pronto se les unieron todo tipo de grupos de la oposición (nasseristas, khomeinyistes comunistas, islamistas, etc ...). En ningún momento la insurrección se ha extendido en todo el país.
Cualquier voz que denuncia la fabricación y la instrumentación de este conflicto, etiquetándolo de colonial, recibe protestas. La opinión de la mayoría admite que la intervención militar extranjera permite que al pueblo libio liberarse de su tirano, y que los errores de la coalición no puede ser peor que los crímenes de este genocida. Sin embargo, la historia ya ha demostrado la falsedad de este razonamiento. Por ejemplo, muchos iraquíes opuestos a Saddam Hussein y que acogieron como salvadores a las tropas occidentales dicen que, ocho años y un millón de muertes más tarde, que la vida era mejor en el país en tiempos del déspota.
Sobre todo, esta opinión se basa en una serie de convicciones erróneas:
*                       Contrariamente a lo que afirma la propaganda occidental y a aquello que parece dar crédito a la proximidad cronológica y geográfica con Túnez y Egipto, el pueblo libio no se levantó contra el régimen de Gaddafi. Este todavía tiene legitimidad popular en Tripolitania y Fezzan, regiones en las que el coronel había distribuido armas a la población para resistir el avance de los insurgentes de Cirenaica y de las potencias extranjeras.
*                       Contrariamente a lo que afirma la propaganda occidental y a lo que parecen apoyar las declaraciones del furioso "Hermano Líder" mismo, Gadafi nunca ha bombardeado su propia población civil. Ha hecho uso de la fuerza militar contra el golpe de Estado sin tener en cuenta las consecuencias para la población civil. Esta distinción no tiene importancia para las víctimas, pero en derecho internacional separa los crímenes de guerra de los crímenes contra la humanidad.
*                       Por último, contrariamente a lo afirma la propaganda y el al romanticismo revolucionario de opereta de Bernard Henry Lévy, la revuelta de Cirenaica no tiene nada de espontánea. Fue preparada por la DGSE, el MI6 y la CIA. Para formar el Consejo Nacional de Transición, los franceses se basaron en la información y los contactos Massoud El-Mesmar, antiguo compañero y confidente de Gaddafi, que desertó en noviembre de 2010 y recibió asilo en París [5] . Para restaurar la monarquía, los británicos revivieron las relaciones del príncipe Muhammad al-Sanusi, pretendiente al trono del Reino Unido de Libia, en la actualidad en el exilio en Londres y han distribuido en todas partes la bandera roja-negra-verde con la media luna y la estrella [6]. Los estadounidenses han tomado el control económico y militar repatriando desde Washington libios en exilio para ocupar los ministerios claves y la sede del Consejo Nacional de Transición.
Por otra parte, este debate sobre la conveniencia de la intervención internacional es el árbol que oculta el bosque. Si damos un paso atrás, nos damos cuenta de que la estrategia de las grandes potencias occidentales ha cambiado. A pesar de que siguen usando y abusando la retórica de la prevención del genocidio y el deber de la intervención humanitaria de los hermanos mayores o incluso el apoyo fraterno a los pueblos que luchan por su libertad, siempre y cuando abran sus mercados, pero sus acciones son diferentes.

La «Doctrina Obama»
En su discurso en la National Defense University, el presidente Obama ha definido varios aspectos de su doctrina estratégica destacando aquello que la distinguía de las de sus predecesores, Bill Clinton y George W. Bush [7].
Primero dijo: «En sólo un mes, los EE.UU. han conseguido junto a sus socios internacionales, movilizar una amplia coalición para obtener un mandato internacional de protección a civiles, detener el avance de un ejército, evitar una masacre y establecer, con sus aliados y socios, una zona de exclusión aérea. Para poner en perspectiva la velocidad de nuestra reacción militar y diplomática, recordar que en la década de 1990, cuando la gente era intimidada en Bosnia, se tardó más de un año para que la comunidad internacional interviniera con medios aéreos para proteger a los civiles. Esta vez solo nos llevó sólo 31 días».
Esta rapidez contrasta con el período de Bill Clinton. Ella explica de dos maneras.
Por un lado los Estados Unidos en 2011 tienen un plan coherente -vamos a ver cuál-, mientras que en los años 90, dudaban entre disfrutar de la desaparición de la URSS para enriquecerse comercialmente o por construir un imperio sin rival.
Por otro lado, la política de la «reinicialización» (reset) de la administración Obama, apuntando a sustituir la negociación de la confrontación, ha dado en parte sus frutos con Rusia. Aunque ésta sea una de los grandes perdedores económicos de la guerra de Libia, ha aceptado el principio -incluso si los nacionalistas Vladimir Putin [8] o Vladimir Chamov [9] tienen ardores de estómago-.
Luego, en el mismo discurso del 28 de marzo de 2011, Obama continuó:
«Nuestra alianza más efectiva, la OTAN tomó el mando de la aplicación del embargo de armas y la zona de exclusión aérea. Anoche, la OTAN ha decidido asumir la responsabilidad adicional para la protección de los civiles libios. (...) Los EE.UU. jugarán (...) un papel de apoyo - especialmente en términos de inteligencia, de apoyo logístico, de la asistencia en la búsqueda y rescate, y de las interferencias en las comunicaciones del régimen. Debido a esta transición hacia una coalición más amplia, fundada sobre la OTAN, los riesgos y los costos de tales operaciones - para nuestras tropas y nuestros contribuyentes - se reducirán considerablemente».
Después de haber puesto por delante de Francia y fingir estar arrastrando los pies, Washington admitió haber "coordinado" todas las operaciones militares desde el principio. Hizo esto para anunciar inmediatamente la transferencia de esta responsabilidad a la OTAN.
En términos de comunicación interna, es evidente que el Nobel de la Paz, Barack Obama, no quiere dar la imagen de un presidente que dirige a su país a una tercera guerra en el mundo musulmán después de Afganistán e Irak. Sin embargo, esta cuestión de relaciones públicas no debe hacer olvidar lo fundamental: Washington ya no quiere ser el policía del mundo, pero tiene la intención de ejercer un leadership (el liderazgo) sobre las grandes potencias, intervenir en nombre de su interés colectivo y «mutualizar» los costos.
En este contexto, la OTAN se convertirá en la estructura de coordinación militar por excelencia, en la que Rusia o incluso más tarde China deberán participar.
Por último, Obama acabó en la National Defense University:
«Habrá ocasiones en que nuestra seguridad no será amenazada directamente, pero en las cuales nuestros intereses y nuestros valores lo serán. A veces la historia nos pone cara a cara con desafíos que amenazan nuestra humanidad y nuestra seguridad común - intervenir en el caso de los desastres naturales, por ejemplo, o prevenir un genocidio y preservar la paz; asegurar la seguridad regional y mantener el flujo del comercio. Estos tal vez no sean problemas americanos, pero también son importantes para nosotros. Estos son problemas que merecen resolverse. Y en estas circunstancias, sabemos que los Estados Unidos, en tanto que nación más poderosa del mundo, a menudo serán llamados a prestar asistencia».
Barack Obama rompe con el encendido discurso de George W. Bush que pretendía extender por el mundo entero el American Way of Life por la fuerza de las bayonetas. Aunque admite que desplegar recursos militares para causas humanitarias u operaciones de mantenimiento de la paz, solo concibe la guerra para la «seguridad regional y mantener el flujo del comercio».
Esto merece una explicación detallada.

Cambio Estratégico
Por convención o por conveniencia, los historiadores llaman cada doctrina estratégica por el nombre del presidente que la lleva a cabo. En realidad, la doctrina estratégica se desarrolla ahora en el Pentágono y no en la Casa Blanca.
El cambio fundamental no se ha producido con la entrada de Barack Obama al Despacho Oval (enero de 2009), sino con la de Robert Gates al Pentágono (diciembre de 2006). Los dos últimos años de la presidencia de Bush no salen pues de la «Doctrina Bush», sino que son el preludio de la «doctrina Obama». Y es porque él acaba de ganar que Robert Gates plantea retirarse con orgullo del trabajo acabado[10].
Para hacerme entender, yo distinguiría entre una «doctrina Rumsfeld» y una «doctrina Gates».
En a primera, el objetivo es cambiar los regímenes políticos, uno por uno en todo el mundo, hasta que todos ellos sean compatibles con el de los Estados Unidos. Esto se llama «democracia de mercado» es en realidad un sistema oligárquico en el que los pseudo-ciudadanos están protegidos de acciones arbitrarias del estado y pueden elegir a sus líderes sin poder elegir sus políticas.
Este objetivo llevó a la organización de las revoluciones de colores como la ocupación de Afganistán e Irak.
Sin embargo, dice Barack Obama en el mismo discurso:
«Gracias a los extraordinarios sacrificios de nuestras tropas y la determinación de nuestros diplomáticos, tenemos muchas esperanzas en el futuro de Irak. Pero el cambio de régimen tomó ocho años, costó miles de vidas estadounidenses e iraquíes y cerca de un billón de dólares. No podemos permitir que eso vuelva a suceder en Libia».
En resumen, este objetivo de una Pax Americana, que a la vez protegería y dominaría todos los pueblos de la tierra, es económicamente inviable. Del mismo modo, además, que el ideal de convertir la humanidad entera a la American Way of Life.
 Otra visión imperial, más realista, se ha impuesto poco a poco en el Pentágono. Fue popularizada por Thomas PM Barnett en su libro The Pentagon’s New Map. War and Peace in the Twenty-First Century (El Nuevo Mapa del Pentágono. Guerra y Paz en el siglo XXI).
El mundo del futuro estaría dividido en dos. Por un lado, el centro estable, en torno a los Estados Unidos para los países desarrollados o al menos democráticos. El otro una periferia, abandonada a sí misma, experimentando el subdesarrollo y la violencia. El rol del Pentágono sería el de garantizar el acceso del mundo civilizado que necesita la riqueza natural de los suburbios que no saben usarla.
Esta visión presupone que los Estados Unidos están compitiendo cada vez más con otros países desarrollados, pero se convierte en su líder de seguridad. Parece posible con Rusia, desde que el presidente Dmitry Medvedev, abrió el camino para la cooperación con la OTAN durante el desfile para conmemorar el final de la Segunda Guerra Mundial, a continuación, en la cumbre de Lisboa. Esto puede ser más complicado con China, cuya nueva dirección parece más nacionalista que la anterior.
La división del mundo en dos zonas, estable y caótica, donde la segunda es la reserva de las riquezas naturales de la primera, obviamente, plantea la cuestión de límites. En la obra de Barnett (2004), los Balcanes, Asia Central, la mayor parte de África, los Andes y América Central son lanzadas a las tinieblas. Tres estados miembros del G-20 -de los cuales uno es también miembro de la OTAN-, están condenados al caos: Turquía, Arabia Saudita e Indonesia. Este mapa no es estático y las repescas siguen siendo posibles. Así, Arabia Saudita está ganando sus galones aplastando en la sangre la revuelta de Bahrein.
Puesto que ya no es una cuestión de ocupar los países, sino sólo de mantener las áreas de explotación y llevar a cabo redadas en caso necesario, el Pentágono debe extenderse a toda la periferia el proceso de fragmentación de «remodelación» que se inició en el «gran Medio Oriente» (Greater Middle-East). El fin de la guerra ya no es la explotación directa de un territorio, sino la desintegración de toda posibilidad de resistencia. El Pentágono se está centrando en el control de las rutas marítimas y las operaciones aéreas para subcontratar en mayor medida las operaciones de tierra a sus aliados. Este fenómeno es el que acaba de comenzar en África con la partición de Sudán y las guerras en Libia y Costa de Marfil.
Si, en términos de discurso democrático, el derrocamiento del régimen de Muammar Gaddafi, sería una meta gratificante, no es ni necesario ni deseable desde el punto de vista del Pentágono. En la «doctrina Gates», más vale mantener un Gaddafi histérico y humillado en una reducido tripolitano que una Gran Libia capaz de resistir un día de nuevo al imperialismo.
Por supuesto, esta nueva visión estratégica no será sin dolor. Habrá flujos de migrantes, que son cada vez más, huyendo del infierno de la periferia para entrar en el paraíso del centro. Y habrá esos incorregibles humanistas para pensar que el paraíso de unos no debe construirse sobre el infierno de otros.
Es este proyecto el que está en juego en Libia, y es en relación a él que cada uno tiene que determinarse.

Thierry Meyssan
17 de abril de 2011

Notas:

[1] «Washington ante la cólera del pueblo tunecino», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 23 de enero de 2011.
[2] «Egipto al borde del baño de sangre», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 31 de enero de 2011.
[3] «El manual de EE.UU. para una revolución de color en Egipto» (en inglés), Red Voltaire, 1 de marzo de 2011.
[4] «Festival de hipócritas. Álbum de fotos de Gadafi» (imitación), Red Voltaire, 25 de marzo de 2011.
[5] «Francia estaba preparando el derrocamiento de Kadhafi desde noviembre» por Franco Bechis, Red Voltaire, 24 de marzo de 2011.
[6] «Quand flottent sur les places libyennes les drapeaux du roi Idris» (en castellano: "Cuando flotaba en las banderas de valores Libia del Rey Idris" por Manlio Dinucci, Red Voltaire, 1 de marzo de 2011, artículo no traducido en castellano.
[7] «Mensaje a la Nación a Libia» por Barack Obama, Red Voltaire, 28 de marzo de 2011.
[8] «Remarks by Vladimir Putin on the situation in Libya» (en castellano: "Observaciones sobre la situación en Libia"), de Vladimir V. Putin, Red Voltaire, 21 de marzo de 2011.
[9] «El embajador ruso en Trípoli acusa a Medvedev de traición en cuestión libia», Red Voltaire, 26 de marzo de 2011.
[10], «Robert Gates, a punto de irse», Red Voltaire, 7 de abril de 2011.


* Publicado en Red Voltaire
                                     * Analista político francés. Fundador y presidente de la Red Voltaire y de la conferencia Axis for Peace. Última obra publicada en español: La gran impostura II. Manipulación y desinformación en los medios de comunicación (Monte Ávila Editores, 2008).

14.4.11

La democracia en un año electoral


Por Carlos Girotti (*)
Es verdad que en un año electoral todas o casi todas las cuestiones políticas pasan necesariamente por el tamiz del cálculo costo/beneficio. No está mal que así suceda y tampoco resulta extraño. Nadie quiere perder, desde luego, y por eso el orden de prioridades para los temas en debate se ajusta, en todos los casos, al objetivo de ganar el apoyo de los votantes. Sin embargo, en este país se ha avanzado lo suficiente como para que la defensa irrestricta de la democracia –y su profundización permanente– no queden circunscriptas al hecho electoral.
El pasado martes, justo cuando se cumplía un nuevo aniversario del asesinato de Teresa Rodríguez en Cutral Có, una patota de la Unión Obrera de la Construcción agredía violentamente a docentes y estatales santacruceños que se manifestaban legítima y pacíficamente por aumentos salariales. Parece mentira la coincidencia de las fechas. Catorce años después de que las balas policiales cegaran la vida de aquella digna luchadora neuquina, un grupo de matones de origen sindical –e indisimulada identificación política con el gobernador de Santa Cruz– no tenga ningún reparo ni prurito para usar la violencia contra otros trabajadores. En este episodio no hubo que lamentar víctimas fatales, como sí ocurrió con Teresa, pero víctimas hubo. Y no es la primera vez que esta banda actúa en esa provincia lo cual, de por sí, acrecienta la gravedad de los sucesos recientes.
Uno podría conformarse con repetir aquello que, con justicia, reclaman los trabajadores agredidos: identificación y juicio de los culpables directos y de quienes los hubieran apañado. Pero si la democracia no puede ser únicamente medida desde el cálculo electoral, es preciso decir aún más.
En esta misma columna se ha subrayado la ímproba labor de la ministra de Seguridad de la Nación, destacándose no sólo los fundamentos democráticos de las medidas que atinadamente viene adoptando sino, también, poniendo de relieve el coraje y la honestidad intelectual que la llevan a perseverar en ese camino más allá de las advertencias y amenazas que los poderes fácticos no cesan de poner en juego. Por cierto, la ministra no está sola. La creación de este nuevo ministerio y las políticas que a diario despliega son producto de la probada convicción que en la materia tiene la Presidenta. Allí hay, por si hiciera falta repetirlo, la aplicación de una política de Estado enclavada en el respeto incondicional a la plena vigencia de los derechos ciudadanos y, de modo particular, a los derechos humanos. Otro tanto le cabe a la estricta aplicación de justicia cuando el poder judicial, como en el caso del asesinato de Mariano Ferreyra, va hasta las últimas consecuencias sin detenerse en “la conveniencia o no” de dejar libre a Pedraza.
Pues bien, estos ejemplos son los que obligan a superar el techo del cálculo electoral. La Justicia de la provincia de Santa Cruz debe actuar con celeridad. El gobernador también debería hacer lo propio. Demasiadas son las sospechas de que la patota de la UOCRA aparece toda vez que un acto político del gobernador pudiera “empañarse” por la molesta presencia de trabajadores que reclaman por sus derechos. Y si estas sospechas de las víctimas fuesen infundadas habría que hacerlo con más razón todavía porque, cuando está en juego la integridad física de los ciudadanos que reclaman y peticionan, no deben quedar responsabilidades en suspenso.
Tal vez haya quien piense que poner negro sobre blanco estas cuestiones no es conveniente porque no es momento de darle de comer a las fieras. La pregunta que cabe es de qué fieras se habla para razonar de ese modo. La brutalidad ejercida contra aquellos docentes y estatales santacruceños apenas varía en intensidad si se la compara, por ejemplo, con la brutalidad de dejar morir a un paciente con epilepsia so pretexto de que las ambulancias no pueden ingresar a las villa miseria porteñas porque éstas son “inseguras”. Se dirá que no es lo mismo y sin dudas es así, pero ambas situaciones provienen de una consideración común: la democracia sirve sólo cuando se invoca en defensa del interés propio y lo demás es cartón pintado.
Es ahí, en esa exacta coordenada que marca la existencia de una concepción corporativa y anticiudadana de la democracia, que también es posible encontrar otra forma de brutalidad de apariencia incruenta. La especulación acerca de que todo no se puede resolver de una vez, el mirar hacia el costado o el silencio cómplice, son las expresiones de una concepción de la política fundada en su profesionalización. El ciudadano y la ciudadana de a pie no pueden opinar sobre temas que, en última instancia, les están reservados a expertos y estrategas. Si quieren opinar que opinen, pero el día de la votación.
Conflictos y contradicciones van a existir siempre, pero lo que no puede faltar es la construcción cotidiana y permanente validación del espacio democrático donde aquellos se resuelven, pero no para unos pocos y por razones de ocasión. Ha costado mucho llegar a este momento de la historia de los argentinos (valga el recuerdo de Teresa Rodríguez) como para aceptar que la democracia empieza y termina con las urnas. No en esta Argentina que ha retomado, a partir de 2003, su vocación de futuro.-
(*) Sociólogo, Conicet. 13 de abril de 2011. ARTÍCULO PARA BAE

11.4.11

Escritores / jubilación / respuestas completas

Este es entero el texto de las respuestas enviadas al cuestionario de Silvina Friera, para su nota sobre el proyecto de ley de jubilación de escritores de Carlos Heller, de las cuales dos fragmentos aparecieron en Página 12 de hoy.




1-¿Qué importancia tiene para vos la Asignación Unica por Trabajos y Obras en Reconocimiento a Escritores?
En principio, entiendo que, escritor o no, cualquier habitante de la Argentina merece que se asegure su subsistencia, al menos si, por razones de edad o de algún otro tipo, no está en condiciones de ganarse el sustento. Como la asignación universal por hijo o a mujeres embarazadas, en este caso para personas mayores. Es un derecho humano. Empezar por los escritores puede ser un primer paso para que luego se generalice.

2-Que la jubilación es necesaria, yo no tengo dudas, sin embargo, ¿por qué en términos de reconocimiento social, por parte de la sociedad en su conjunto, parece que la labor de un escritor no es considerada un trabajo que tenga que tener una remuneración? ¿Creés que hay todavía arraigada una creencia que sostiene que la escritura o el arte en general sería como una especie de "pasatiempo"? (como si se naturalizara que un escritor trabaja como docente, traductor, en una editorial, pero no es un trabajo lo que escribe)
No sé si está arraigada en la sociedad esa creencia. Me preocupa bastante, en cambio, la idea contraria: la que supone que un escritor, como trabajador, debe hacer su trabajo a la medida de las necesidades empresarias y del mercado. En la medida en que un país pueda reconocer un trabajo que responde a necesidades que no son las del mercado ni el beneficio económico, sino van más allá, tienen otro horizonte, como ocurre con el mejor arte, el mejor pensamiento y la mejor literatura, vamos a ir avanzando hacia una sociedad más a la medida de lo humano, menos enajenada, más apta para una vida digna en todos los aspectos.

3-Si tenés alguna anécdota de algun/os/as poetas muy valiosos que pasaron muchas penurias económicas, además de no haber sido reconocidos, contámela en un par de líneas.
Uno de los nombres mayores en la poesía argentina: Edgar Bayley. Cuando lo conocí, en una reunión, llevaba saco, corbata y pantuflas, porque no tenía zapatos. Otros casos que conocí: Ricardo Zelarayán y Juan Carlos Bustriazo Ortiz.

9.4.11

Lo inseguro de la seguridad democrática


Por Carlos Girotti (*)
Para los cultores de la mano dura, los nostálgicos del orden y las buenas costumbres y, en fin, para todos aquellos adictos compulsivos a abollar las ideologías ajenas, el concepto de la seguridad democrática es lo más incierto que hay: nunca saben dónde comienza ni dónde termina. Sin embargo, no pueden sustraerse a la certeza de que algo ya ha comenzado a cambiar lo cual –vaya la paradoja- les provoca una multiplicada sensación de inseguridad.
Entre los asesinatos del maestro neuquino Carlos Fuentealba y el joven militante Mariano Ferreyra han transcurrido poco menos de cuatro años. En ambos homicidios, como es sabido, les cupo a efectivos policiales el papel de ejecutores directos, o de encubridores y cómplices. El uniformado que mató al docente ya está juzgado y condenado, mientras que los que hicieron la vista gorda para que la patota de la Unión Ferroviaria cumpliera su cometido se encuentran bajo proceso. En cuanto a las autores intelectuales, el ex gobernador Sobisch –protegido por una Justicia disciplinada a su poder político- permanece impune, en tanto que Pedraza y su adjunto en el gremio continúan presos hasta su juicio definitivo porque, en este caso, la Justicia actúa con independencia. Conclusión ineludible: la estricta aplicación de la ley requiere de magistrados dignos de ser considerados como tales porque, cuando actúan en consecuencia, la noción de seguridad no queda circunscripta a la libre interpretación que puedan hacer las fuerzas que deben velar por ella.
También la propia noción de seguridad ha sido trastocada. La doctrina de no reprimir el conflicto social, instalada a partir del gobierno de Néstor Kirchner y continuada por la Presidenta Cristina Fernández, registra una profundización sin precedentes con la creación del Ministerio de Seguridad. Ya no se trata sólo de la aceptación de que el conflicto es inherente al avance mismo de la democracia y, por ende, la primera respuesta no puede ni debe ser la represiva; ahora, con este ministerio, lo que se pone de relieve es que en ninguna construcción democrática la noción de seguridad puede estar sujeta al autogobierno de las fuerzas destinadas a garantizarla.  El Protocolo de intervención presentado por la ministra Nilda Garré en el reciente Consejo Federal de Seguridad pone límites expresos y precisos a la actuación policial en situaciones de manifestaciones callejeras. Se reapropia así, para la esfera del interés público, la potestad de determinar qué cosa es seguridad o inseguridad cuando se trata de un conflicto social porque pone el acento en la preservación del derecho de los ciudadanos y no en la remanida autojustificación del accionar represivo.  Lo mismo puede decirse en cuanto a las políticas y criterios para la promoción y baja de los uniformados, las pautas para su adecuada formación democrática, las misiones y funciones de los cuerpos y todo aquello que, desde la creación del ministerio, viene acotando de manera ostensible el autogobierno de las fuerzas de seguridad. Otra conclusión ineludible:  la impugnación de la hipótesis de la inseguridad permanente –y su condición de factor legitimante-  reinstala para el control civil y ciudadano al gobierno no corporativo y democrático de las fuerzas de seguridad.
Finalmente, el impulso a los foros de participación e intervención comunitaria en los procesos de elaboración y control de las políticas públicas de seguridad, ubica el papel preponderante que la ciudadanía puede y debe tener en la gestión de todo un campo de la actuación estatal que, por definición, se estructura en función de su propio resguardo. Es decir, la ciudadanía deja de aparecer en el sentido común de la sociedad como un objeto de las políticas de seguridad para comenzar a manifestarse como un sujeto activo de las mismas. Los foros son una expresión de la dimensión territorial de estas políticas puesto que ellas serían impensables como una mera abstracción administrativa. O mejor dicho, serían impensables desde una óptica democrática ya que la concepción que hasta aquí ha sido predominante es, precisamente, la de una ocupación administrativa (comisarías) del territorio supuestamente inseguro. Otra conclusión ineludible: el territorio seguro se define fundamentalmente por sus expresiones ciudadanas y por todo aquello que hace a la vida en sociedad y no por el sentido de ocupación refrendado por la presencia de cualquier fuerza de seguridad.
Quienes añoran aquel paraíso moldeado a bastonazos y tiros no pueden sino  agitar el fantasma de la inseguridad permanente porque, en los hechos, tampoco pueden disimular cuán inseguros se sienten a medida que avanza esta seguridad democrática. Y no es para menos. Antes todo se arreglaba con asegurarles a los uniformados la administración de sus propios negocios para que estos actuaran según sus designios. Hoy eso es un poco más difícil y les da miedito.-

(*) Sociólogo, Conicet. 6 de Abril de 2011. ARTÍCULO PARA BAE

2.4.11

Castellani revisitado *

por Lucas Adur

En Castellani crítico, Diego Bentivegna propone un enfoque que busca reposicionar al “furibundo jesuita” en el campo literario argentino.La obra del sacerdote Leonardo Castellani abarca gran cantidad de volúmenes y una notable diversidad de géneros: cuentos costumbristas, exégesis bíblica, manuales filosóficos, crítica literaria, parábolas en clave gauchesca, relatos policiales, historias fantásticas y hasta una traducción anotada de la Suma Teológica de Tomás de Aquino. Esta inmensa masa textual permanece, en su mayor parte, ignorada por la crítica académica. Si se le concede algún lugar a Castellani es en tanto autor de cuentos policiales, en particular del chestertoniano Las nueve muertes del Padre Metri (1942) que en su momento Rodolfo Walsh consideró como el mejor libro de ese género escrito en nuestro país. El resto de la producción de Castellani parece expulsada de los marcos institucionales desde donde se enuncian tradicionalmente la crítica y la literatura: una palabra extópica, anacrónica, siempre fuera de lugar.
El reciente trabajo de Diego Bentivegna, Castellani crítico. Ensayo sobre la guerra discursiva y la palabra transfigurada (Buenos Aires, Cabiria, 2010) propone un nuevo enfoque que busca reposicionar a este “furibundo jesuita” en el campo literario argentino. No se trata sin embargo de una lectura apologética, de un mero intento de “rescatar” al autor del olvido, sino de un ensayo sobre la potencia crítica que atraviesa toda la obra castellaniana. Bentivegna revisa las cuestiones que ocuparon hace décadas al sacerdote santafecino, muchas de las cuales se encuentran aún vigentes: las complejas relaciones entre religión y política, el rol de los medios de comunicación en la formación y manipulación de la opinión pública, los aciertos y fracasos del sistema educativo y la injerencia del mercado en las prácticas culturales, por mencionar sólo algunas.
Las intervenciones de Castellani sobre estos temas (sobre todos los temas) suelen estar formuladas con una vehemencia que lleva a Bentivegna a hablar de una verdadera “guerra discursiva”. El autor analiza detenidamente la singular retórica polémica de este Bloy santafecino1 que por momentos “se acerca fuertemente al discurso inflamado del panfleto”.
La ironía, el calembour, la parodia y la injuria se cuentan entre los recursos que Bentivegna señala y que pueden encontrarse profusamente ejemplificados en el Vademécum crítico que figura como apéndice del libro. Allí se incluye un originalísimo apunte sobre “gordura y literatura” y una definición de James Joyce tan políticamente incorrecta como divertida.
Ahora bien, este fascinante estilo está estrechamente relacionado, como demuestra Bentivegna, con una idea de la literatura y de la crítica. El autor señala que existe en Castellani una particular sensibilidad a las condiciones materiales y las cuestiones técnicas en su interpretación de los fenómenos culturales, lo que le permite relacionar su pensamiento con el de teóricos marxistas como Walter Benjamin o Antonio Gramsci. Desde luego, en Castellani, esta concepción “materialista” de la crítica no proviene del marxismo sino de uno de los dogmas centrales de la fe cristiana: la encarnación. En el último capítulo de su libro (quizás el más interesante), Bentivegna desarrolla la noción de “transfiguración”.
Retomando consideraciones de Maritain, Auerbach, Jean-Luc Nancy y el mismo Castellani, el autor sostiene que lo propio del cristianismo es la búsqueda de un arte encarnado, que integre las dimensiones material y espiritual. Esta confluencia entre lo “alto” y lo “bajo” deja huellas visibles en la escritura castellaniana. Su estilo abandona todo ideal de “pureza” y de unicidad normativa para explorar la mezcla y la pluralidad de las lenguas que forman el tejido social, en una tradición que Bentivegna (vía Pasolini) remonta hasta Dante. La obra crítica y literaria de Castellani constituye una incursión en la complejidad del universo discursivo argentino de su época: la lengua culta, las variedades dialectales, el cocoliche inmigratorio, los tecnicismos teológicos, las lenguas clásicas y las jergas populares se superponen en su prosa.
La lengua heteróclita de Castellani se alza contra toda pretensión de pensar la literatura como puro hecho del espíritu. Como afirma Bentivegna, la “palabra transfigurada” del santafecino supone “una afirmación de la materia, del carácter corporal del acto estético”.
Esta concepción encarnada de la literatura permite releer no sólo a Castellani sino a toda una serie de autores más o menos cercanos a él (vg: Leopoldo Marechal). De este modo Castellani crítico, con un gesto que tiene algo de discreta provocación, vuelve a poner en discusión un sector de nuestra literatura que parecía “ilegible”, contribuyendo a lo que, como hemos dicho en otro lugar, es una de las funciones fundamentales de la crítica: la constante revisión del canon.
En 1952 Castellani escribió unas líneas sobre Leon Bloy que, mutatis mutandi, podríamos aplicarle hoy a él: violencias verbales, gusto por lo enorme, falta de mesura, y voluntad de “ladrar contra todo lo establecido”.


* En Criterio, nº 2369, abril 2011