28.4.11

Ocho años y seis meses


Por Carlos Girotti (*)

El 27 de abril de 2003, la sociedad argentina volvía a asomarse al abismo. Ese día, Carlos Menem obtenía el 24,45% de los votos de la primera vuelta en las elecciones presidenciales, mientras que el ignoto Néstor Kirchner sumaba 22,24%. Como es sabido, no hubo balotaje. Menem comprendió que una avalancha de votos se le vendría encima si se presentaba al desquite y entonces, con el abismo a centímetros de su espalda, la sociedad argentina se dispuso a esperar qué haría Kirchner con la banda presidencial cruzándole el pecho.
La historia que va desde aquella jornada hasta el 27 de octubre de 2010, día del fallecimiento de Néstor Kirchner, es la historia de una nación y un pueblo que dejan, cada vez más atrás, el peligro de caer en aquel abismo que significaba una nueva presidencia de Menem. Todavía se dirá, se escribirá y se polemizará mucho acerca de ese período, pero hay algo que ya no admite controversias: la irrupción de lo que se ha dado en llamar kirchnerismo es la marca distintiva que caracteriza a esta nueva época histórica. Nadie, ni los más acérrimos opositores, expresa una duda siquiera respecto a esta cuestión. Sin embargo, no ocurre lo mismo cuando se trata de caracterizar si existe continuidad de esa época tras la muerte del hombre que le diera su impronta característica.
A seis meses del deceso de Néstor Kirchner, y cuando falta otro tanto para las próximas elecciones presidenciales, la incapacidad para comprender que esta época histórica va mucho más allá de la desaparición física del ex mandatario admite múltiples variantes. Pero la incapacidad es la misma. Desde aquellos que suponían que alegremente podían candidatearse –y hoy no tienen más remedio que bajarse de los pedestales para intentar una módica disputa por la Capital Federal– hasta los que bucean en cifras económicas para vaticinar la proximidad de la catástrofe siempre anunciada, todos coinciden en un punto: aunque Cristina gane en octubre esto se desbarranca.
Hay, en ese amplísimo abanico de posiciones políticas e ideológicas, un rechazo profundo al modo en el que las amplias mayorías populares se han visto identificadas con los cambios de todo orden que vienen atravesando a la sociedad en su conjunto.  Ocurre que ese modo de identificación no transitó por los canales de la representación tradicional que se hizo trizas con la crisis de diciembre de 2001. Al contrario, discurrió por los entresijos de una cotidianeidad social que, si antes estaba marcada por los claroscuros de la resistencia, paulatinamente iba adquiriendo las luces de una esperanza renovada.  El barrio, la escuela, la fábrica, la oficina, la universidad, el sindicato, la bailanta, en fin, todo aquello que bajo la ofensiva neoliberal había sido cruzado por el esfuerzo resistente, ahora era resignificado como lugar de realizaciones concretas. La sensación de que lo arrancado ya no sería recuperado, le dio paso a esta otra sensación de que el futuro era posible. Esto es lo que, desde ese 27 de abril de 2003, comenzó a fluir por lo más profundo de una sociedad que, poco tiempo antes, había sido llevada al borde del colapso. Pero lo más profundo no estaba en los mecanismos tradicionales de la representación ni en los representantes, estaba en lo irrepresentado, en ese día a día carente de horizontes en el cual se debatían millones de personas.
La muerte de Néstor Kirchner, dicen los escribas del poder real, le dio a Cristina la posibilidad de ganar cómodamente en octubre próximo. Es incomprensible para ellos que este período que se inició hace ocho años haya calado tan hondo en la conciencia ciudadana. No pueden entender que los cambios ocurridos tengan su canal de representación en el proceso de apropiación que de ellos han hecho quienes fueron empujados, durante décadas, a la no representación.
¿Quién aceptará mansamente que la asignación universal por hijo sea derogada, que se deroguen las paritarias, que se indulte a los genocidas, que se liquide el sistema público de jubilación, que la policía vuelva a reprimir la protesta social, que los jueces no sean juzgados, que se prohíba el matrimonio igualitario, o que Vargas Llosa entre como Pancho por su casa?
Lo que late en lo profundo de la sociedad argentina es la marca de una época histórica que, por añadidura, abarca a todas las experiencias populares en Suramérica. Es esto lo que torna irreversible al triunfo electoral de octubre porque la mayoría no está dispuesta a dar marcha atrás, no consiente siquiera una discusión al respecto y, precisamente por eso, Cristina es su candidata indiscutida.
En apenas seis meses más esto será un hecho incontrovertible, como también lo es ahora que, desde hace seis meses, la figura de Néstor Kirchner representa el sentido del avance popular que las derechas restauradoras quisieran parar y las izquierdas perdidas añoran dirigir.-

(*) Sociólogo, 27 de abril de 2011. 
ARTÍCULO PARA BAE