18.11.11

Antes Mariano, ahora Cristian


Por Carlos Girotti (*)

La denuncia del Movimiento Campesino de Santiago del Estero (MOCASE – Vía Campesina) no puede ni debe ser una denuncia más. Y no sólo porque el crimen que denuncia jamás tendría que caer en la impunidad, sino porque este crimen viene a sumarse a la inquietante serie de hechos que preceden al momento en que Cristina Fernández de Kirchner asuma su segundo mandato presidencial.
Una patota de sicarios irrumpió en la modesta vivienda que la familia Ferreyra posee en la Comunidad San Antonio, a 60 kilómetros de la localidad de Monte Quemado, y asesinó al joven Cristian, dejó muy mal herido de bala a otro joven que lo acompañaba, mientras que un tercero fue brutalmente golpeado. El asesinato se perpetró a sangre fría, con certeros disparos de escopeta, y luego los criminales partieron como si nada. El MOCASE – Vía Campesina identificó a los agresores como Javier y Arturo Juárez, dos individuos al servicio del empresario José Ciccioli, oriundo de Santa Fe, quien compró un campo de 2000 hectáreas en el que, vaya la casualidad, viven 600 campesinos desde hace muchos años. La organización viene denunciando la existencia de una política de amedrentamiento que como antecedentes reconoce la detención arbitraria de Ricardo Cuellar, el atentado a la FM Pajsachama, la quema de ranchos y pertenencias de campesinos. Todo esto al compás del tendido de alambrados y cierre de los caminos vecinales que les impiden a los pobladores del lugar el libre tránsito por las tierras que habitan.
La expansión sojera, que a su paso no trepida en talar montes autóctonos ni en desplazar a la última frontera a economías regionales asentadas en una producción diversificada, tampoco ha dudado en emplear la violencia. Ya son muchos los casos en los que comunidades de pueblos originarios acaban en la mira de esta saña voraz y ahora, con el caso del campesino Cristian Ferreyra, suma otra víctima fatal. El juez penal Alejandro Fringes Sarria de Monte Quemado, no obstante la cantidad de denuncias formuladas por los campesinos en orden a la sucesión de atropellos que vienen padeciendo, no ha tomado ninguna medida precautoria para impedir que se consumara este asesinato. Es más, el MOCASE – Vía Campesina compromete a la Dirección de Bosques de la provincia toda vez que ha sido la autoridad que permitió el desmonte en las tierras de la Comunidad San Antonio, allanando de este modo el camino para la ejecución de la escalada intimidatoria.
Está claro que hay una cadena de omisiones y complicidades manifiestas que, de modo urgente, debe ser rota. Pero, más allá de esta invocación, la profundización del proyecto iniciado en 2003 –que la enorme mayoría de los ciudadanos ha ratificado como mandato para el próximo período presidencial- vuelve a ser cuestionada y este hecho no puede pasar desapercibido. El asesinato de Cristian, como el de Mariano Ferreyra hace ya más de un año, viene a sumarse a la acción desplegada por estos días para intentar demostrar que la estatización de Aerolíneas Argentinas ha sido un error del gobierno nacional e, incluso, se agrega a la ola de rumores y noticias catastrofistas que procuraron –sin éxito- deslegitimar las políticas oficiales en materia de control del mercado de divisas y de fuga de capitales. Ya la semana pasada, en esta misma columna, se advertía respecto de la sorprendente reaparición de personajes como Alfredo De Angeli en consonancia con la decidida intervención gubernamental para impedir el terrorismo del dólar. Pero la muerte de Cristian Ferreyra es una advertencia de otro tenor: es la prepotencia brutal de quienes no están dispuestos a aceptar que la disputa por el excedente y, en consecuencia, los avances en materia de ensanchamiento de la democracia real que de dicha disputa se derivan, comprometa sus intereses.
Sería un gravísimo error confundir la advertencia criminal con un tema exclusivamente vinculado a un tema policial. Esa advertencia proviene de la razón última de quienes, de un modo u otro, se sienten o se saben partícipes de un poder que está más allá de la voluntad popular. Podrá ese poder mostrarse edulcolorado, en más o en menos, en los artículos editoriales de los grandes medios; podrá, incluso, hacer de cuenta que el gobierno de los banqueros griegos es una realidad que no les compete aunque la envidien como horizonte posible; pero lo que ese poder no puede es impedir que su accionar criminal sea condenado como se merece.
La condena, es preciso decirlo cuantas veces sea necesario, no es patrimonio exclusivo de sus víctimas directas; hoy es una responsabilidad de todo aquel que sepa que el proyecto de país que fue recientemente plebiscitado en las urnas no debe quedar únicamente al cuidado del gobierno nacional. Para cuidarlo y hacerlo avanzar es imprescindible que la voluntad mayoritaria adquiera la envergadura de un bloque popular activo. Aquí comienza a plantearse, en términos históricos concretos, la posibilidad de crear una nueva relación entre los legítimos representantes y los representados. Esta relación, que también en términos históricos entrara en crisis hace una década, hoy tiene la oportunidad de ser recreada, pero no ya en beneficio de los poderosos de siempre sino de quienes fueron sometidos por éstos a lo largo de todo la historia.
El asesinato de Cristian Ferreyra, por ende, es un crimen contra la posibilidad histórica de convertir a la democracia en una relación de poder antitética a la de quienes usufructuaron para sí los principios de la igualdad, la equidad y la soberanía. Debe haber juicio y castigo para los criminales, pero este clamor, aun cuando se consume, no puede quedarse en el umbral de la prisión de los asesinos. Si llegara sólo hasta allí; si se detuviera en la frontera de lo penal, la próxima víctima podrá tener el nombre de democracia. Es verdad que no hay recetas ni manuales para impedir eso, pero este pueblo ya es poseedor de una larga memoria y, como mínimo, es hora de apelar a ella.-

(*) Sociólogo, integrante de Carta Abierta, dirigente de la CTA. 17 de noviembre de 2011. ARTÍCULO PARA DIARIO BAE

9.11.11

La crítica y los nuevos caminos


Eduardo Jozami *
Nicolás Casullo llega a París a los 23 años, en abril de 1968. Su diario de viaje -temprano anuncio de su vocación literaria- no ofrece indicios del próximo estallido. En un registro impresionista se suceden referencias al Barrio Latino con sus drugstore abarrotados de turistas(y como una gran ciudad es aquella que permite a cada uno encontrar lo que busca), en el París de Casullo predominan íconos del Che Guevara y retratos de Ho Chi Min.
El movimiento de Mayo dejará en Nicolás una marca perdurable. Los temas del 68 estarán presentes en todos sus escritos y, una y otra vez, intentará una rendición de cuentas. En 1978, exiliado en México, en un artículo  de El Universal analiza el episodio francés en discusión con Althusser y los primeros ecos de la crisis del marxismo. Diez años después, en Buenos Aires –cuando ya había terminado  la primavera de Alfonsín y resultaba  difícil entusiasmarse con la renovación peronista- en un texto de Babel  encuentra poco de perdurable en el Mayo francés: un hecho inerte frente al que sólo queda la conmemoración. En 1998, en Nueva York –quizás el lugar más adecuado para pensar en Marcuse- Casullo escribirá sobre la influencia que logró en las jornadas parisinas el autor de El hombre unidimensional.
En ese mismo año, treinta aniversario de los sucesos de París, Nicolás historia este recorrido personal respecto del ’68 y avanza más en el análisis. El libro de Casullo reproduce la tensión que existió en el  mismo movimiento de Mayo: revuelta cultural y expresión de nuevos  modosparticipativos y contestatarios de la política que, sin embargo, quiso vestirse con los ropajes de la tradición de izquierda en su versión más radical. Seducido por un texto de RolandBarthes que ve la lucha en las calles de París como el nacimiento de una nueva escritura, Casullo ratifica que Mayo del 68 fue un hecho  básicamente cultural. Esa escritura destituyente –la palabra, cara a muchos oídos que me están escuchando, es de Barthes- ,  ese nuevo discurso que supera todos los límites del texto de la izquierda, irrumpe con violencia liberadora en un mundo de lenguajes mediático-publicitarios que se habían adueñado de la palabra quitándole sentido.
Pero Mayo del 68 quiso ser también una revolución política, heredera de 1789, del 30, del 48, de la Comuna, de las barricadas en las calles de París. En un mundo que en esos días celebraba las derrotas imperialistas en Vietnam y las protestas de los negros y los universitarios norteamericanos, cuando la muerte de Guevara no desalentaba las convocatorias a una lucha latinoamericana, la rebelión política francesa podía leerse también como otra señal anunciadora. Poco tardó en disiparse la idea de que Mayo inauguraba un nuevo ciclo de la izquierda europea, pero el mensaje del ‘68, un discurso antiautoritario que podía leerse en clave insurreccional, impulsó debates y fervores en la Argentina de la dictadura militar.
Las dos lecturas de Mayo estarán presentes en toda la obra de Casullo. Si en sus textos irá otorgando cada vez más espacio a las reflexiones que –como las de Barthes, Foucault o Derrida-  abrían un nuevo campo en un mundo intelectual donde el marxismo iba perdiendo hegemonía, Nicolás no dejará nunca de reflexionar sobre la herencia de las revoluciones ni será ajeno a las vicisitudes del pensamiento emancipador. El título de un capítulo de Las Cuestiones, su última obra de envergadura, no debe llamar a confusión. Si Casullo habla de la revolución como pasado no es para proclamar una nueva era de pacíficos consensos, un mundo sin conflictos. Nicolás cree necesario afirmar que la revolución fue derrotada porque es urgente hacer su crítica y pensar nuevos caminos de liberación.
El ‘68 dejó también sus marcas en el estilo de Casullo. Algunos quizás hayamos tenido que superar con esfuerzo cierto empaque formal, la rigidez que se imponía al discurso militante. Nicolás que nació a la política en ese universo transgresor que rechazaba las prohibiciones y obligaba al vuelo de la imaginación, heredó en buena medida del ’68 su discurso irreverente. A propósito de Perón, escribe en 1974: “nunca pensé pelotudamente que fuera el inmaculado e infalible conductor. Moisés II° en el desierto nativo”. Pero esa libertad para hablar del líder peronista, no se apoya en la crítica durísima que a su conducción ya está haciendo Montoneros, porque a continuación Casullo aclara que tampoco considera a Perón la cabeza de la hidra. En este texto, nunca enviado al responsable de su ámbito, Nicolás habla con la desesperación de quien advierte que se aleja la posibilidad del triunfo. No se alegra de quedar a mitad de camino entre los Montoneros oficiales y los que habrán de llamarse leales a Perón. ¿Cómo ufanarse de esa independencia solitaria cuando sabe que sólo pueden vivirse como una experiencia colectiva el peronismo y la revolución?
Desde entonces, a lo largo de un cuarto de siglo, Nicolás seguirá discutiendo con el peronismo. Los lineamientos generales serán siempre los de aquel texto del ’74. Buen lector de Cooke, muy citado en sus escritos del exilio mexicano, sabe que no se trata de instalar una teodicea peronista sino de reconocer el carácter fundante de la experiencia política de las masas.  En los artículos sobre el sindicalismo que publica en la revista Controversia, en los que dedica al tema de la democracia, en la discusión con quienes desde la misma revista intentan recuperar la tradición de izquierda sin, a su juicio, hacer un examen crítico, Nicolás sostiene la necesidad de partir del peronismo. Pero su actitud no es para nada complaciente con el movimiento que no pudo mantener la apuesta del ’73. En vísperas de la restauración constitucional en la Argentina,  Casullo sabe que el  peronismo está doblemente en deuda con la democracia, porque no ha construido las formas que garanticen la convivencia interna ni tampoco la propuesta que conduzca a una democracia plena para la sociedad.
La frustración de esas expectativas lo conducirá, junto con otros compañeros, a renunciar al Partido Justicialista en 1986.Pero no pudo, ni se lo propuso, olvidarse del peronismo. Como también nos pasó a quienes, en repudio del indulto menemista, dejamos el PJ cuatro años después. Cuando se ha aprendido que la verdadera política empieza allí donde están los millones de personas – hay que señalar que la consigna es de Lenin- es imposible desentenderse de los avatares del movimiento popular mayoritario. De todos modos, unos y otros –los renunciantes del 86 y los del 90- vivimos mucho más cómodos afuera que adentro de la fuerza política que se había transformado en heraldo del pensamiento neoliberal. Hasta que llegó Néstor Kirchner y entonces el peronismo recuperó esa dimensión transformadora que Casullo imaginara en sus escritos mexicanos. El fue de los primeros en advertir, un año antes de que iniciara su gobierno, que Kirchner representaba la nueva versión de la izquierda peronista.
El 45 y el 73 parecían compendiados en un discurso que recogía mucho de la visión de la economía y la sociedad del primer Perón y se identificaba con la generación que llevó a Cámpora al gobierno. Casullo que advertía sobre los riesgos que para el pensamiento popular suponía el olvido, la negación, de la experiencia frustrada del ´73 señaló desde un principio la importancia de esa dimensión simbólica. Después, acompañó la experiencia kichnerista, sin renunciar nunca a su conciencia crítica. “Intelectual -decía Sartre y a Casullo le gustaba citarlo- es alguien  fiel a un conjunto político y social pero que no cesa de discutirlo”. Así fue siempre Nicolás Casullo -y con ese espíritu se gestó Carta Abierta- lo que no le impidió actuar como un militante cada vez que fue necesario, como ocurriera tantas veces en el conflicto con las patronales del campo.
Demasiadas facetas del pensamiento de Casullo quedarán necesariamente en el tintero, pero quisiera recordar uno de sus últimos escritos en que aborda la cuestión de la religión y hace referencia a la polémica del futuro Papa, Joseph Ratzinger, con el filósofo alemán JürgenHabermas. Incluso quien esté acostumbrado a las audacias del pensamiento de Nicolás se sorprenderá cuando advierta que éste encuentra dignas de ser tenidas en cuenta las observaciones de Ratzinger sobre “la falta de certezas morales, sobre responsabilidades políticas fallidas, sobre la necesidad de una verdad de la existencia mucho más amplia que la que otorga el mundo republicano secularizado” –estoy citando textualmente- antes que las opiniones de Habermas.
¿Casullo toma partido por el obispo que poco después profundizará desde el Vaticano el giro conservador de la Iglesia antes que por el filósofo de la democracia comunicativa? ¿Cómo explicar este sesgo desconcertante? No, seguramente, porque se acepten las propuestas de Ratzinger cuyo carácter reaccionario él mismo Nicolás señala, sino porque el obispo reaccionario nombra los problemas que el filósofo ignora. En el texto de Habermas, que  manifiesta un republicanismo de raíz kantiana que rechaza toda fundamentación sustantiva de la democracia,  expresión de la razón satisfecha de las prósperas y liberales sociedades europeas, será vano buscar cualquier escritura desgarrada que se interrogue sobre la actual tragedia de la humanidad. La provocación de Casullo nos recuerda la afirmación del filósofo marxista Ernst Bloch, en los comienzos del período nazi, cuando lamentaba que Hitler llegara a las masas con sus discursos incendiarios que hablaban a los sentimientos, lo que no ocurría con los oradores socialdemócratas, supuestos portadores de la razón. Hoy cuando la crisis mundial pone otra vez en cuestión todas las formas del discurso hegemónico, seguramente no se encontrarán respuestas salvadoras en el pensamiento de la vieja Iglesia que tantas veces pudo servir para justificar el exterminio, pero quienes sean incapaces de expresar plenamente la tragedia que se vive, los que elijan seguir hablando para la pequeña fracción de la humanidad satisfecha, poco podrán aportar a la discusión.
Más allá o más acá de la religiones, esa búsqueda trascendente de Casullo que recuerda a la de Walter Benjamin, resuena con fuerza particular en este recinto donde funcionó la ESMA. Porque la memoria que Nicolás convocaba en sus escritos, la de las luchas populares, sus éxitos y fracasos, la de nuestros compañeros queridos, ese recuerdo necesario de militancias políticas, compromisos sociales y fervores ideológicos, es por sobre todas las cosas un reclamo por la dignidad del ser humano. A esto rendimos aquí un culto cotidiano y en esa tarea habrá de acompañarnos siempre Nicolás Casullo. 

* Texto leído por Eduardo Jozami, el 5/11/11, en el acto en que se impuso el nombre de Nicolás Casullo a una sala del Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti