21.4.11

Desafío presidencial: alcances

 Por Carlos Girotti (*)
Editorialistas, gurúes, correveidiles y hasta intelectuales de fuste que trasiegan los pasillos opositores ya no saben a qué magia apelar porque los santos invocados tampoco les alcanzan: la Presidenta luce imbatible.  Aquí no hay una interpretación sesgada de este columnista; apenas se trata de la constatación que surge de los dichos y escritos de quienes, con desasosiego, asumen como propia la incapacidad política de todo el arco opositor. A confesión de parte, relevo de pruebas. Pero la Presidenta acaba de plantarles un nuevo desafío. ¿Podrán con éste recuperarse de la retahíla de fracasos?
“Las corporaciones de turno –afirmó CFK– no pueden ocupar nunca más la Casa de Gobierno para tomar decisiones, como lo hicieron durante años”. Bueno, de hecho viene siendo así desde 2003. Baste recordar la respuesta de Néstor Kirchner al malhadado memorando de condiciones que le quiso imponer José Claudio Escribano del diario La Nación. De entonces para acá, las grandes corporaciones sólo han sabido de frustraciones en su repetido intento de restaurar el vínculo entre su propio poderío económico y el poder político del que antaño disfrutaron. Es probable que un símbolo patético de ese quiebre haya sido la decisión adoptada por Escribano, el 1° de diciembre de 2005, de abandonar la subdirección del matutino para el que había escrito durante medio siglo. Pero el gesto pasó desapercibido porque era muy temprano para que adquiriera su simbólica estatura actual. Hoy, en cambio, esa retirada –que presumía de ordenada– tiene  los rasgos de un desbande en todas las líneas: “El que quiera hacerlo (tomar decisiones) que abandone la corporación y cree un partido político”, dijo la Presidenta. Sin embargo, el partido sigue sin aparecer.
Las grandes corporaciones se enfrentan, por primera vez en mucho tiempo, a un límite inimaginable en épocas del auge neoliberal. Su poderío económico se ha acrecentado en términos exponenciales, sólo que esto ha sido inversamente proporcional a su capacidad para controlar políticamente a la sociedad y, desde luego, al gobierno. El deshilache de la oposición restauradora –aquella que se lanzara con sus centauros a galope tendido con el conflicto por las retenciones a las exportaciones agrícolas y que cobrara nuevos bríos con el resultado electoral de 2009– es la más cruda manifestación de la impotencia del gran capital frente a una época histórica que cuestiona de raíz la falacia de su pretendida vocación democrática.
Pero no sólo las grandes corporaciones no han podido constituir su propio partido político. Aun aquellos sectores que quieren diferenciarse y hasta controlar al gran capital acaban utilizando los argumentos de éste para cuestionar la voluntad presidencial. “Que sea con el Congreso y no con un decreto de necesidad y urgencia”, dicen, sin percatarse que la Famiglia Rocca plantea lo mismo para empantanar el nombramiento de directores estatales en sus empresas. Tampoco estos sectores atinan a comprender que un partido político, antes que un organigrama estatutario, un “instrumento”, un conjunto de protocandidatos, una sede edilicia o una profusa campaña de afiches, es fundamentalmente un discurso, un relato emparentado con la cotidianeidad de millones de personas y, sobre todo, una posibilidad cierta para un futuro asible y preciso. El formalismo democratista de esta centroizquierda es el reverso obligado de la acusación de “chavismo” que le hacen al gobierno la Famiglia y sus adláteres.
Con certeza, cuando la Presidenta desafía a las corporaciones a que creen su propio partido, y al hacerlo desafía también a todo el abanico opositor, lo que está diciendo es que si quieren torcer el rumbo que se preanuncia en octubre deben tener ese discurso político y no el del apriete o la diatriba, según de quien se trate. Pero es preocupante que le hicieran caso omiso. En la vereda de las corporaciones lo es porque la historia del gran capital en Argentina está orlada de violencia, desprecio a la voluntad mayoritaria y obsecuencia al poder mundial de turno. En los otros sectores lo es porque en cada oportunidad histórica que el pueblo pudo aprovechar para restañar sus heridas y avanzar, ellos optaron por cumplir el papel de fiscales y no el de defensores.
El desafío, entretanto, está lanzado y ninguna fracción opositora, sea del signo ideológico que fuere, está exenta de responderlo a la altura de las circunstancias que, a la sazón, no son otras que las de la disputa por la hegemonía, por la dirección política y cultural de la sociedad en su conjunto. Claro que, por lo mismo, el desafío involucra y compromete a las fuerzas populares más proclives a la profundización de los cambios porque, después de octubre, nadie se quedará de brazos cruzados. Aunque, a decir verdad, hay algunos que ya están muy activos.
El cónclave organizado en estos días por la Mount Pelerin Society y la Fundación Libertad, verdadera cita de la derecha mundial en Argentina, muestra hasta qué punto las corporaciones locales y extranjeras carecen de un partido autóctono que las represente. Pero el triunfalismo sería pésimo consejero, tanto para alegrarse por esa impotencia como para subestimar esta iniciativa.  Aquí, como en todo lo demás, también cuadra el desafío.-

(*) Sociólogo, Conicet. 20 de abril de 2011. ARTÍCULO PARA BAE