29.3.08

Guerra preventiva, ahora, acá nomás

Raúl Zibechi *

Fue un ataque largamente planificado y profundamente meditado. No hubo excesos ni desbordes, ni se trató de aprovechar la localización de Raúl Reyes en suelo ecuatoriano. No fue sólo para impedir el canje humanitario de rehenes de las Farc por guerrilleros presos del gobierno de Álvaro Uribe, operación que le ha dado alto protagonismo tanto a la guerrilla como al presidente venezolano Hugo Chávez. Lo sucedido forma parte, ciertamente, de la estrategia de “ataque preventivo” que la superpotencia generalizó a partir de los atentados del 11 de setiembre y de la experiencia previa en Oriente Medio. Pero detrás del atropello a la soberanía ecuatoriana hay bastante más.
Todo indica que el comandante de las Farc estaba en tratativas con los gobiernos de Francia y Ecuador para continuar la liberación de rehenes. El ataque al campamento de las Farc se produjo apenas cuatro días después de la liberación de cuatro ex congresistas que estaban en su poder desde hacía seis años. Según fuentes de la cancillería argentina consultadas por el diario Página 12 (lunes 3), por lo menos tres franceses enviados por el presidente Nicolas Sarkozy estaban desde octubre pasado negociando con Reyes la liberación de la ex candidata presidencial franco-colombiana Ingrid Betancourt, con conocimiento de Uribe. Según esa versión, los tres enviados estaban en camino hacia el campamento de las farc, donde estaba Reyes, cuando fueron llamados por el comisionado para la paz, Luis Carlos Restrepo, que forma parte del gobierno de Uribe, quien les advirtió que no se acercaran al campamento.
Eso explicaría el malestar del gobierno francés con la acción colombiana. El gobierno de Uribe sólo pudo contar con el apoyo incondicional de George W Bush, ya que la gran mayoría de los países sudamericanos rechazó explícitamente la incursión militar. La ruptura de relaciones del gobierno de Rafael Correa con Colombia parecía la única salida para Ecuador ante la grosera violación de la soberanía de ese país y las mentiras con que Uribe intentó justificar la agresión. En efecto, en sus primeras declaraciones el presidente colombiano aseguró que sus tropas se limitaron a repeler un ataque desde territorio ecuatoriano.
La acción militar colombiana modifica de plano el tablero regional. No es sólo una potente muestra de militarismo; también enseña los dientes de Washington en momentos en que el gobierno de Hugo Chávez atraviesa serias dificultades internas mientras no consigue apoyos a su estrategia de responder a la tensión con más tensión. Uno de los objetivos centrales de la incursión militar está dirigido contra el proceso bolivariano, aunque la excusa sean las farc. Es probable que se esté ante la primera fase de una vasta ofensiva colombo-estadounidense para desestabilizar a Chávez.

Nuevo equilibrio de fuerzas
En 2004 la revista brasileña Military Power Review elaboró un ranking de las fuerzas armadas sudamericanas incluyendo todas las variables: desde la cantidad de efectivos y la calidad del equipo hasta los planes de defensa y la proyección estratégica. El análisis estableció un puntaje a cada nación según su poderío militar. En primer lugar aparecía Brasil con 653 puntos; en una segunda fila figuraban Perú con 423, Argentina con 419 y Chile con 387. Luego venía otro grupo en el que figuraban Colombia con 314, Venezuela con 282 y Ecuador con 254 puntos. En aquel momento, hace apenas cuatro años, la diferencia a favor de las fuerzas armadas de Brasil era considerable, mientras lo seguían dos grupos de países relativamente parejos entre sí.
En 2007 la misma revista difundió información sobre la cantidad de efectivos de las diferentes armas en cada país, con cifras del año anterior. Los datos de los ejércitos permiten concluir que Colombia (178 mil soldados) se había situado en el segundo lugar del continente, muy cerca de Brasil (190 mil). En muy pocos años, el poderío militar de ese país ha escalado posiciones en forma vertiginosa. Ese mismo año el ejército de Francia tenía 137 mil efectivos y el de Israel 125 mil. Para 2008 ya son 210 mil los efectivos de tierra de Colombia, superando así a Brasil, que tiene cuatro veces más población y siete veces su superficie. El gasto militar de Colombia es el mayor del continente: 6,5 por ciento del pbi, muy por encima del de Estados Unidos (4 por ciento), de los países de la otan (2 por ciento) y del resto de Sudamérica (1,5 a 2 por ciento).
Si se observa la evolución de las fuerzas armadas de Colombia, su crecimiento es asombroso. En 1948, cuando el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán dio inicio al período llamado “la violencia”, había 10 mil militares. En 1974 ya eran 50.675, para subir hasta 85.900 en 1984, en el período que comenzaron las negociaciones de paz para la desmovilización de varias organizaciones armadas. En 1994 había 120 mil efectivos, que treparon a 160 mil en las primeras fases del Plan Colombia. En estos momentos las tres ramas de las fuerzas armadas tienen 270 mil uniformados, a los que deben sumarse 142 mil policías. En total, más de 400 mil personas en armas en siete divisiones, con una Fuerza de Despliegue Rápido y una Agrupación de Fuerzas Especiales Antiterroristas.
Sólo en 2007 el ejército creó 52 nuevas unidades. Recibe donaciones de helicópteros Black Hawk de Estados Unidos, compró 13 aviones caza a Israel y 25 aviones de combate Supertucano a Brasil en 2006. Las fuerzas armadas de Colombia son muy superiores a las de sus vecinos: la relación de efectivos es de seis a uno con Venezuela y de 11 a uno con Ecuador. Pero la principal diferencia es que se trata de tropas entrenadas en el combate en la selva y que cuentan con el respaldo logístico de Washington.
En muy pocos años, en Sudamérica se ha producido un espectacular vuelco del poderío militar. Con la excusa del combate a las farc y al narcotráfico, desde agosto de 2000, cuando el Congreso de Estados Unidos aprueba el Plan Colombia, este país ha recibido 5.225 millones de dólares en ayuda militar. A ello debe sumarse la aplicación por el gobierno de Uribe de impuestos especiales a los sectores de mayores ingresos para equipar a las fuerzas armadas. Helicópteros de transporte y ataque, armamento liviano, visores infrarrojos, protección de oleoductos, lanchas rápidas, aviones turbohélice de ataque a tierra, aviones de inteligencia y control y radares para seguir vuelos ilegales son las principales adquisiciones.

Petróleo y hegemonia
Las fuerzas armadas de Colombia han conseguido poner contra las cuerdas a las Farc y al Eln. En 2002 estas organizaciones sumaban 20.600 efectivos en armas; en 2007 eran sólo 12.500. Fueron erradicados de las ciudades y de las principales vías de comunicación, y confinados a lo más profundo de la selva o a los bordes fronterizos. La guerrilla perdió toda iniciativa militar y sufre un profundo descrédito, mientras Uribe cuenta con el apoyo del 70 por ciento de la población y está en condiciones de intentar reformar la Constitución para buscar su segunda reelección. Desde que escaló el conflicto con Venezuela, en Colombia se despertó un sentimiento patriótico que contribuye a cementar el esfuerzo militar y la militarización de la política, tanto interior como exterior.
En 2003 el sociólogo James Petras apuntaba que la verdadera preocupación del Comando Sur de Estados Unidos, que realmente diseña la política regional, era que “los países vecinos de Colombia (Ecuador, Venezuela, Panamá, Brasil), que están sufriendo los mismos efectos adversos de las políticas neoliberales, se movilicen políticamente contra la dominación militar y los intereses económicos de Estados Unidos”. (1) Por eso la estrategia contemplada por el Plan Colombia no consiste tanto en ganar la guerra interna –cosa que está sucediendo– como en derramarla hacia los países limítrofes a fin de de neutralizar su creciente autonomía de Washington. Militarizar las relaciones interestatales siempre es buen negocio para quien apoya su hegemonía en la superioridad militar. En este sentido, la existencia de las farc es funcional a los planes belicistas de Washington.

Rafael Correa mencionó que el costo de controlar la frontera con Colombia, donde tenía destacados unos 10 mil efectivos antes de la incursión del 1 de marzo, supera los cien millones de dólares anuales. Brasil decidió impermeabilizar su frontera ya en tiempos de Fernando Henrique Cardoso. En respuesta al intento de la administración Clinton de implicarlo en los objetivos del Plan Colombia, ya en 2000 puso en marcha el Plan Cobra (combinación de las primeras sílabas de Colombia y Brasil) para evitar que la guerra en ese país se desborde sobre la Amazonia brasileña, y el Plan Calha Norte para evitar que guerrilleros y narcotraficantes crucen la frontera. (2)
El control de la región andina es considerado clave para la hegemonía estadounidense en el continente, tanto por razones políticas como por sus riquezas minerales. Permite que las multinacionales estadounidenses recuperen el terreno perdido desde que en la década de 1990 fueron parcialmente desplazadas por las europeas; aseguraría por otros medios lo que se pretendía a través del alca; impide que otras potencias emergentes (Brasil pero también China e India) se posicionen en la región.
Pero está también la vertiente petróleo. En 1973 Estados Unidos importó el 36 por ciento de sus necesidades petroleras. Hoy en día importa 56 por ciento del petróleo crudo que consume. Venezuela es su cuarto proveedor, cubriendo el 15 por ciento de sus necesidades, y Colombia el quinto. Asegurar el flujo del recurso energético requiere un control territorial de enclave con presencia militar sobre el terreno.

Estrategias regionales
El miércoles 5 la OEA calificó la acción militar colombiana como una violación de la soberanía ecuatoriana –un acuerdo negociado entre ambos países involucrados– pero no condenó al agresor. El peso de Washington entre los países centroamericanos sigue siendo importante e impide una declaración más al gusto de los sudamericanos. En todo caso, se impuso la cordura con la intención de apaciguar los ánimos, como desean Brasil y Argentina.
Clóvis Brigagão, director del Centro de Estudios Americanos de la Universidad Cándido Mendes de Rio de Janeiro, señaló a la agencia de prensa IPS que la actual es “una oportunidad única” para establecer una mediación colectiva similar al Grupo de Contadora, que en los años ochenta promovió la pacificación de Centroamérica. (3) La diplomacia brasileña estima que promover la paz es la mejor forma de atajar el belicismo y expansionismo colombo-estadounidense. Rafael Correa jugó un papel en este sentido para morigerar los daños. Nada peor para el proceso de cambios que se vive en Ecuador o en Bolivia que la polarización que supone un conflicto bélico.
Por último, debe comprenderse también la actitud venezolana. La retórica de Chávez resulta incómoda en estas situaciones para buena parte de los presidentes que no se alinean con Washington. Las diferencias de estilo entre Correa y Chávez y el bajo perfil de Evo Morales son datos a tener en cuenta para el futuro inmediato. Pero Venezuela está sufriendo una aguda desestabilización con apoyo militar de Colombia. Los datos que van saliendo a luz permiten concluir que buena parte de las denuncias de Chávez sobre una conspiración contra su gobierno no son fruto de su imaginación. El asunto es cómo contener las tendencias a la guerra y cómo atajar la polarización. En este sentido, la diplomacia brasileña sigue dando muestras de sentido común y de savoir faire. No dejó de tomar partido por el agredido, pero puso el norte en construir una paz estable en la región, asentada en la integración regional.

Notas
1) James Petras, “La estrategia militar de Estados Unidos en América Latina”, en América Libre, número 20, enero de 2003.
2) “Os militares, o governo neoliberal e o pé americano na Amazonia”, en revista Reportagem. www.oficinainforma.com.br
3) Mario Osava, “Brasil se resiste a mediar en conflicto andino”, Ips, 4-III-08.

* Publicado en Brecha (Montevideo)
Reproducido en el boletín digital La Fogata el 24/03/08

25.3.08

“¿Por qué ceder a un sentido común aplastante que no nos deja pensar que podemos?”

Liliana Herrero, entrevistada por Mario Wainfeld *

(Se enciende el grabador, la entrevistada arranca antes de la primera pregunta.)

¿De qué vamos a hablar? Me agarra en un momento raro. Estoy cansada, a veces me canso en la Argentina. Entonces empiezo con todas mis fantasías de irme. De irme, por ejemplo, a Colón.

–Colón es Entre Ríos, es la Argentina...
–Es verdad.

–Usted nació en Villaguay... ¿A cuántos kilómetros queda de Colón?
–Noventa kilómetros.

–No quiere irse de la Argentina, quiere volver al útero...
(Ríe) –Sí, me gustaría vivir en Colón. Horacio (González, su pareja, ensayista y director de la Biblioteca Nacional) dice que no aguantaría mucho. No aguantaría mucho sin cantar, eso me incomodaría. Pero al mismo tiempo... Porque yo me hallo y no me hallo. Esa expresión es tan linda, antes se usaba. A veces me volvía antes de los cumpleaños o de las fiestas. Mi madre me decía “¿Qué te pasó? ¿No te hallaste?”. “No me hallo” es una frase estrictamente filosófica. (Vuelve.) Yo, a veces no me hallo. Ahora, como en estos momentos, con un disco casi por salir, con todas cosas que uno podría denominar “buenas” que le están pasando, parece que el sentimiento de no hallarse se agiganta.

–El castellano tiene los verbos “ser” y “estar” que se supone expresan cosas diferentes, mientras otros idiomas los nombran con la misma palabra. Hubo acá escuelas de pensamiento que explicaban que acá prima el “estar” antes que el “ser”. Jamás entendí del todo la idea. Y ahora aparece el “hallar”.
–Una tercera posición (ríe). La idea del “estar” es muy linda, la expresó la corriente latinoamericanista de la filosofía, sobre todo Rodolfo Kutsch. Y también en la poesía, sobre todo los poetas del noroeste argentino. “Yo estoy, nomás –dice Manuel Castilla–. Me va tapando los ojos la eternidad.” Es una expresión hecha en el universo del estar.

–A todo esto, ¿por qué no se halla?
(Largo silencio.) –Veo una enorme chatura cultural en el país. Veo la televisión, me irrita, me asusta, me da la sensación de que las formas de la vida musical y poética de la vida argentina han desaparecido absolutamente. Me desagradan las formas, no quiero decir “masivas”, porque no se ha demostrado que las formas más complejas de la música no sean masivas. Se ha instalado pero no se probó, es una gran discusión que deberíamos tener. No estoy convencida de que sea así. El mundo cultural está trazado sobre un horizonte sin complejidad artística. No sé si es muy elemental lo que digo.

–No crea. Usted, a veces, fantasea con irse a Colón ante este estado de cosas. ¿Si se fuera, no sé, a Río de Janeiro, a Barranquilla, a Veracruz cambiaría mucho el cuadro?
–No cambiaría absolutamente nada. Es un orden mundial lo que no me gusta. La expresión de tanta gente que decía “voy a votar a Macri porque no tiene nada que ver con la política”. Ese retiro de la crítica, de la reflexión, esa insistencia en mostrar a través de los medios más de lo que ya se sabe, eso me irrita profundamente. Cuando invento lo de Colón, estoy diciendo “me quisiera retirar”.

–Ni se le ocurra.
–En realidad, uno nunca se retira aunque se vaya a otro lado. No existe el lugar donde no existan esos conflictos: ni en Brasil, ni en Europa ni en la Argentina misma. Uno tiene que ver cómo convivir lo más cordialmente posible con ese sentimiento de insatisfacción que lo acompaña esté en Colón o en Buenos Aires.

–Usted nunca fue cordial con el sentido común. Siempre discutió certezas instaladas...
–Lo sigo haciendo. Siempre estoy viendo cómo diría lo mismo de otro modo. Con otras preguntas, con otras interrogaciones. ¿Cómo abrimos nosotros el lugar que tenemos, cómo lo sostenemos, cómo lo ampliamos? ¿Cómo hacemos para estar ubicados en estas formas de la crítica que son forma de estar gozosas, pero también dolorosas?

–¿Quiénes son ese “nosotros”?
–Pienso en muchos músicos, en músicos que conozco en las giras que no tienen ninguna presencia en los medios. Tampoco quiero hacer un discurso quejoso: para estar de determinada manera, a veces prefiero no estar. Hay músicos que proponen algo inaudito. ¿Por qué retirar del arte la sugerencia de algo inaudito, nunca oído y hasta algo vituperable? ¿Por qué ceder a un sentido común aplastante, menor, que no nos deja pensar qué podemos hacer? Yo no soy una contestataria tipo Fogwill que sale a decir lo que se le canta y se hace cargo. Le envidio su valentía y su desparpajo. Yo me enojo más, en el momento del enojo digo cosas pesadas, pero no soy una maldita. Al contrario, soy una romántica. Usted siempre le atribuye a Horacio (González, de nuevo) ser el último romántico; me autoatribuyo ser la última romántica. Me atribuyo la ilusión casi religiosa de encontrar no un dios sino una forma de comunión de las personas más interesantes. ¿Va bien este reportaje?

–Supongamos que sí. Cuando canta, ¿piensa todo lo que me está diciendo? ¿O está interpretando y tal?
–No, en el escenario el que piensa pierde (ríe). En la música no hay pensamiento o lo hay bajo una forma extraña. Diría que el pensamiento y la música son lo mismo. El pensamiento en el escenario (cuando uno está cantando, está escuchando los acordes) tiene una armonía musical. La lógica es la de la música: compleja, inaudita, equivocada, errónea. Y muy gozosa, muy gozosa. Tal vez eso sean diez minutos en un concierto de una hora y media. Pero en esos diez minutos hay una suspensión o sustracción del yo que hacen que uno esté inmerso en eso que está haciendo. Ojalá fuera todo el tiempo. El pensamiento transcurre. Estoy alerta a la novedad que me sugiere la guitarra, un acorde o un golpe que hace Mariano, y me sumo a eso. O yo fraseo de otra manera y ellos se suman. Hay una situación tan novedosa y maravillosa, no es el pensamiento en términos tradicionales.
[…]

–Usted ha cantado en lugares en los que se come, se toma. ¿Las copas, esos ruidos la fastidian?
–Me fastidian los celulares. El que está tomando un buen vino (cosa que yo también hago en el escenario) no me molesta, seguro que me está escuchando. Claro, hay lugares donde no te escucha nadie. En el disco nuevo hice una canción con poesía de Manuel Castilla y música de Rolando Valladares, se llama “Canción de las cantinas”. Era el último día de grabación, tuvimos un problema con mi voz. Teníamos preparado un asado, era en el Circo Beat, el estudio de Fito (Páez). Se nos ocurrió que la única forma de tapar la voz anterior, que tenía el problema técnico, era poner micrófonos aéreos y hacer como que ahí estábamos en una cantina. Me gustó hacer ese efecto porque la letra de Castilla hace una pregunta formidable: “¿Qué se amontona en la noche?”. Mire si esa pregunta estuviera atravesando las caritas amables de los noticieros televisivos. Cambiaría todo. “¿Qué se amontona en la noche?” Una pregunta formidable, para reconocer que no sabe. Imagine una situación en la que alguien sostiene con el canto una pregunta fundamental, en un lugar donde nadie lo escucha. Eso les ha pasado a todos los músicos, a mí. Castilla escribe: “uno se queda en la cantina y alguno lo viene a compadecer”. (Castilla) dice “y todos están solos, tristes, queriendo creer”. (Se conmueve, se levanta, prende un cigarrillo, calla durante un ratito). Emociona. Si eso atravesara algún rostro de un taxista de esta Argentina degradada, otro gallo cantaría.

–¿Cómo traslada todo esto a una gira en Japón? La imagino, cientos de japoneses mirándola, sin compartir el idioma, la escuchan. ¿Qué pueden entenderle, de toda esa transmisión de palabras y sentidos? ¿La entendieron, no la entendieron, importa que la entiendan, cómo se comunica con ellos?
–Llegué a creer que mi voz, mi estilo de cantar, tienen algo que conmueve. En pocos conciertos tuve un traductor.

–¿Les explicaba quién era Balderrama o cómo es Salta?
–No me tomaba el trabajo de dar esas explicaciones. Pero si yo pregunto qué se amontona en la noche a alguien que me está escuchando, ¿qué tengo que suponer? ¿Que ésa es una pregunta que no le formularía a un japonés? Supongo que ésa y otras preguntas tan radicales se la formulan quienes te van a escuchar. Y al escucharlas, se emocionan aun no sabiendo. Pero es como si alguien percibiese (en el canto, en el color, en el fraseo) que hay algo radical, extremo, que está ocurriendo. Esto es pura metafísica pero es lo que efectivamente ocurrió.

–Una pregunta deliberadamente tonta, para que usted la dé vuelta. ¿La gente se emocionaba cuando “tenía” que emocionarse?
–Hay un supuesto en esa pregunta que no me convence.

–Una relación pavloviana con el público...
–Como las fiestas que hay ahora. Seguramente siempre fueron así pero yo no me daba cuenta. Esas fiestas que festejan cumpleaños o casamiento, que están preparadas, que tienen un disc jockey. ¿Cuál es el relato para explicar sobre el cual se diseñan? Un relato extraordinariamente claro: hay un momento para cada cosa. El momento de la alegría, el momento del erotismo (algún stripper o las bailarinas), un video de esa persona en sus años mozos, el momento de la emoción. Si yo diseñase mis conciertos sobre esa base, estoy frita. Yo lucho contra eso, ése es mi combate. Ese relato (se emociona)... no lo quiero para mí. Si somos capaces de sostener eso, somos capaces de hacer una revolución.
[…]

–La relación de González con Perón da para más de un libro. La suya, ¿cómo es?
–La mía es casi inocente, no es una relación política. Yo extraño a Perón, extraño esos momentos en los que... (busca inspiración en el techo, reformula) iba a decirle “en los que creíamos” pero no es adecuado. Yo sigo creyendo... En los que estábamos más alegremente en la creencia.

–Parece que extraña más a una época que a Perón.
–Ahí está, extraño una época. ¿Por qué no decir que en una vida como la mía, de 60 años, ésos fueron los momentos más felices? Esos y los del escenario. Más felices por sentirme acompañada y de haber sido capturada por esa idea de la historia que te llevaba a un lugar. Un lugar feliz. No que vos construís la historia sino que la historia misma te llevaba. No es que yo decidí tomar partido, cuando llegué a Rosario. No había ni tiempo para pensar, era una ola extrema y radical. No era la militancia, era la transformación del mundo, que es la de uno mismo. Aun hoy, pensando si habremos estado en lo cierto o no y haciendo una mirada crítica sobre eso, ese sentimiento de felicidad, ese gustito no lo cedo. A pesar del horror o a pesar de lo indecible. No podría decirle “perdimos, fracasamos”. O mejor dicho, podría decirlo, haciendo un análisis político. Y yo no voy a hacer un análisis político, ese fue un momento absolutamente comunitario y feliz. Diría que esos años ¿cuántos años...?

–Cinco, seis, diez como mucho.
–...los vivimos con una intensidad única. […]

* Publicado en Página 12 el 24/03/08