20.5.07

Poesía y responsabilidad

por César López

“Sólo la obra del poeta, a lo largo de su vida, puede indicarnos qué caracteres esenciales entreveía en la poesía.”
Luis Cernuda


Luego se semejante presunción, la cita del gran poeta español lo es en grado sumo, sólo quedaría el silencio. Pero ya se sabe que lograr guardarlo es un objetivo difícil, si no imposible, de alcanzar en su totalidad. Y a una vanidad se opone otra. Y estamos ya, de lleno, en el ámbito de la poesía. Vasto dominio.
A cierta zona de la poesía actual se ha dado en llamar poesía de la experiencia, como si fuera de ella, de la experiencia, pudiese existir poesía. No es ocioso recordar que el propio Cernuda habla de que “acaso sea bastante el expresar algunas experiencias fragmentarias que nos permitan suponer el pensamiento completo de la poesía.” Y eso haremos o estamos intentando hacer. Pues el propio poeta sevillano nos advierte que “un poeta nunca es toda la poesía”.
Entonces, pues, el intento no ya definitorio, sino sólo de acercamiento, está condenado al fracaso… y sin embargo, siempre se insiste, de una forma u otra, con mayor o menor lucidez, en la fatigosa y apasionada indagación.
Considero que la mayoría de las criaturas tienen la aptitud primera de componer o poder componer unas estrofillas que deleitarán a familiares, vecinos y condiscípulos –si es lo suficiente desvergonzado como para mostrar el fruto precoz de su supuesto ingenio— pero de ahí a considerarse poeta y aceptar como poesía aquello que con frecuencia mayor o menor acomete hay ya no un gran paso, sino, en la mayoría de los casos, un verdadero abismo. Desde luego que al hablar de esa actitud primera estoy señalando al niño o jovenzuelo, aunque no es tampoco raro que ese brote inicial aparezca en edades tardías, inclusive en plena senectud. Entonces debíamos considerar las circunstancias que rodean y pueden de algún modo condicionar a quien pretende la escritura. Un medio cultural refinado, respeto familiar o ambiental por la creación, lecturas iniciáticas, adecuadas o no, una sensibilidad abierta aunque confusa y, desde luego, algo así como una vocación que se va decantando y desarrollando.
La situación se puede prolongar y pasar del ataque agudo, doloroso o no, a la cronicidad. Doctos y cultos profesores pueden insistir ad nauseam en sus escritos, considerarse poetas y agobiar a quienes por otra parte y otro costado de su labor los respetan con la lectura de sus textos que, por otra parte pueden resultar impecables y hasta de cierto interés retórico, perceptivo y docente. Pero la poesía no está en ellos. No es. Esto no quiere decir, al menos por mi parte, que proponga prohibiciones y mucho menos desprecios y persecuciones. Sólo trato, como dije al principio, de aproximarme a un problema. Y siempre con la duda de la posible y acechante equivocación Además de que el mismo juicio, la consideración de qué es poesía, podría llevarme, llevarnos, a dejar fuera a algún verdadero poeta por el mero hecho de no haber podido no ya comprender, ni siquiera percibir un tono, una sensibilidad distinta. Convocatoria de la humildad no exenta de orgullo.
Después de múltiples intentos o tentaciones, o tal vez una única y reveladora aventura –no olvidemos la referencia inicial a la experiencia— llega el instante decisivo. El herido asciende hacia la luz o la entrevé en la sombra o lo contrario que es naturalmente igual. El metafórico o histórico o teológico Camino de Damasco. Lugar común, requerimiento fácil, pero preciso. La conversión al servicio de la Poesía. Y digo servicio con toda intención. No hablo de volverse poeta. Eso sería todavía más desmesurado que el exagerado hecho de escribir estas líneas. Pienso en una toma de conciencia, real e irreal, racional y emocional, intelectual e intuitiva. Que lleva a una vida distinta. Otro sacrificio. Y, sin embargo, una vez más, no dejo fuera la idea de que se trata de una experiencia. Y la experiencia es personal. En modo alguno proponemos unos ejercicios espirituales para llegar a la Poesía.
A partir de entonces, no importa el tiempo ni el espacio, la Poesía será una razón de vida y muerte. Un estado de ánimo. De vigilancia estética y ética.
Aquí y ahora. La realidad de la Poesía me remite a mi Patria. Casi como al desgaire, aire en vuelo, rizo gracioso, algunos observadores suelen apostar con la pregunta referida al tiempo y la extensión. Cuándo un cubano inmerso en estos menesteres va a citar a José Martí. Si el hablante tiene conciencia del asunto y extensión del mismo intentará sortear el asedio, con escaramuzas más o menos hábiles e inteligentes o se sumergirá de manera patética en la pasión obligada. Pues bien, ya viene, ya aparece. Casi como un arte poética, mandato, iluminación. Lección incitante para mí: “Vierte corazón tu pena/ Donde no se llegue a ver,/ Por soberbia, y por no ser/ Motivo de pena ajena.
Se trata del último de los Versos sencillos (XLVI) el libro que preparó y editó en Nueva York en 1891, y allí desde esa declaración tremenda de actitudes aparentemente contrapuestas se desarrolla una inquietante conceptualización de la poesía. Una poética que, sospecho, remite, me remite, a la experiencia más entrañable. Descubrimiento, quizá lento y tardío de lo que quiere ser o ha querido ser mi relación con la poesía.
Soberbia y compasión. En su máxima tensión y sin falsas ocultaciones. La metáfora inicial aparece sin miedo. Corazón. Como fuente creativa, tal cual ya la había intuido San Juan de la Cruz y como la asumiría mucho más tarde Antonio Machado. La Poesía asumida como pena (Pero no se olvide aquello también martiano de “Penas, quien osa decir que tengo yo penas”) cuando en la estrofa segunda se identifica el verso amigo y se parte y comparte la carga. La poesía como misión –que Rainer María Rilke también proclamaría— va pasando a lo largo del poema hasta llegar a las estrofas finales: “¿Habré como me aconseja/ Un corazón mal nacido,/ De dejar en el olvido/ A aquel que nunca me deja?// ¡Verso, nos hablan de un Dios/ Adonde van los difuntos/ Verso, o nos condenan juntos,/ O nos salvamos los dos!
Para Martí cuando habla de verso está hablando de poesía y no de una porción del poema. El enlace de la experiencia hace que el aprendiz se apodere de un texto, lo rehaga para sí y lo asuma como escudo y blasón.
Creo, entonces, que a partir de lecturas y vivencias se fue tejiendo esta experiencia que lleva al servicio de la poesía. La salvación enunciada. El compromiso que el niño fue viendo en su trayectoria hacia adolescencia, juventud, adultez y senectud. Permanencia y fidelidad. Pero al ocurrir el fenómeno poético en condiciones determinadas éstas influyen en lo creado y lo por crear. Tal vez en otras circunstancias lo que se ha hecho hubiera sido distinto. Independientemente de la razón poética, que ha de ser esencial y constante en quien se consagra a la Poesía, el conocimiento y participación de la criatura, del hombre como raíz, obliga a una participación. Matizada y distinta, pero participación que sin abandonar la instancia primera y fundamental de la Poesía ha marcado la vida y el trabajo de quien esto escribe. En batalla con la ciencia aplicada, la religión y los descalabros sociales, políticos y económicos del país la actividad poética se fue convirtiendo en reflejo referencia de la Patria. Un pesimismo que no permitía escape “por cotos de mayor realeza” como presintiera Lezama Lima y lo cumpliera en generaciones anteriores a la nuestra. Sin embargo, elección, exilio, persistencia no impidieron una tarea signada por la confusión enloquecedora y enloquecida de la poesía. Más allá de cualquier supuesta enajenación nominal o programática. Clínica o social, religiosa o social. La Poesía es también locura. Locura que engendra y paraliza.
En otras ocasiones he repetido que en Cuba poesía se equipara con Patria, sin ningún asomo de nacionalismo vulgar. Se trata de unas esencias buscadas y anheladas a través de los siglos. No en vano el primer texto poético aceptado o reconocido, si es que no se trata de una deliciosa impostura de los intelectuales cubanos del siglo XIX, ya consolidado el concepto de nación en la Isla, lleva por título Espejo de Paciencia y se empeña en su orgullosa humildad en la persecución casi afiebrada de lo cubano medular y diferenciador. Además de las referencias polisémicas del título. El espejo y frente a él, la paciencia. Reflejo y actitud moral. Característica de una poesía, y de una patria. Y de los servidores de ambas que vendrán después. De esos hombres y mujeres del XIX se ha ido nutriendo nuestra actitud, con la intención racional de ser cada vez más aptos. Explicar la atracción a la Patria y la Poesía nos conduciría al mismo laberinto tan temido. De nuevo Martí orienta, crípticamente con su verso. “Dos patrias tengo yo/ Cuba y la noche/ ¿O son una las dos?” El intento o voluntad de fusión se explicita. Adquiere una gravitación y se expande y ensancha para abarcar todo el universo. “El universo habla mejor que el hombre” reza el mismo poema.
A tientos, tropiezos, sorteando escollos para ganar evaluaciones va el poeta por el siglo XX que lo obliga y conmina. Escribe libros y poemas, sirve a la poesía. Ha de tener los ojos abiertos y asumir todas y cada una de las contradicciones que se encuentra a su paso, y aun las que no encuentra, pero que sabe existen, acechan, amenazan.
Cuando, tal vez, se hubiera preferido buscar sólo una belleza inasible y se ha tenido que batallar con un ángel poderoso y demoníaco, la vida se hace terrible. Decir sí y decir no. Más allá de las solicitaciones de un lado y de otro. ¿Salir airosamente? Repetir con Rilke: Quién habla de Victoria. Salir airosamente es todo. La Traducción es tramposa. La Realidad también. Quizá hubiera preferido escribir de otro modo y sobre otros temas. Pero no me ha sido dado esa elección. La ciudad como símbolo, espacio, imagen, destino me obligó a esta opción. Dolorosa y gozosa a un tiempo. Con el poeta Emilio Ballagas repito una vez y otra. “No me avergüenzo de mi gran fracaso.” Porque considero la acción fallida, pero, paradójicamente plena. Sigo. Con el siglo que se nos fue y con el que comienza. Y la sensación coral de una lengua compartida. Superada al máximo y en constante superación. He vuelto a la experiencia primigenia. Textual. Proclamo el riesgo en la Poesía de lo hecho y de lo por hacer. El peligro acecha, pero la persistencia salva. O puede salvar. José Lezama Lima afirma del escritor, es decir, del poeta, que lo que más le admira es “Que maneje fuerzas que lo arrebaten, que parezcan que van a destruirlo. Que se apodere de este reto y disuelva la resistencia. Que destruya el lenguaje y que cree el lenguaje. Que durante el día no tenga pasado y por la noche sea milenario. Que le guste la granada, que nunca ha probado, y que le guste la guayaba que prueba todos los días. Que se acerque a las cosas por apetito y que se aleje por repugnancia.”
La violencia de lo expresado es tal que podría hacernos retroceder. Pero no. Ni mandamientos ni leyes. Visión más bien que Poesía. Reconstrucción individual de lo colectivo y afán de posesión y cópula. La Poesía se abre en el tiempo nuevo y secular que la contempla. El servidor humilde no se humilla. Por soberbia. Cuida a sus criaturas, “por no ser motivo de pena ajena”. Compasión. Soberbia y compasión que en este caso se afanan por la salvación de la cultura. Poesía y Patria. No quiere, sin embargo, este amador de la Poesía, esforzado, limitar la Patria a los estrechos límites de una geografía amañada. Quiere ampliarla en el vasto dominio de la Poesía. A donde pertenece. No importa lo que se logre. La experiencia sostiene. “Al aire de su vuelo”.
Texto leído en la inauguración del Festival de Poesía de la Feria del Libro de Buenos Aires, en abril de 2007.

1 Comments:

Blogger derian said...

Bello, bello.
Yo no sé si alguna vez te invitaron a leer al festival de poesía de Rosario; es el festival con más tradición en el país, e internacionalmente además. Por lo general, se hace en septiembre.

Por una cuestión de tiempos y guita no pude ir al de BsAs. Me quedé con las ganas. Y bue.
Saludos.

1:07 p. m.  

Publicar un comentario

<< Home