9.12.05

La verdad es que no existe una sola verdad, pero hay que buscarla

por Harold Pinter
Texto completo de Arte, verdad y política, conferencia que Pinter grabó en video para la recepción del Nobel, en diciembre de 2005. Traducción: Susana Cella.
En 1958 escribí lo siguiente:
“No hay distinciones fuertes entre lo que es real y lo que es irreal, ni entre lo que es verdadero y lo que es falso. Algo no es necesariamente o verdadero o falso; puede ser a la vez verdadero y falso.”
Creo que estas afirmaciones todavía tienen sentido y aun se aplican a la exploración de la realidad a través del arte. Así, como escritor sigo sosteniéndolas, pero como ciudadano no puedo. Un ciudadano debe preguntar: ¿qué es verdadero? ¿qué es falso?
La verdad en el drama es siempre esquiva. Nunca se la encuentra del todo pero su búsqueda es compulsiva. La búsqueda es claramente lo que impulsa el intento. La búsqueda es la tarea: con mucha frecuencia uno se tropieza con la verdad en lo oscuro, se la choca o apenas capta una imagen o una forma que parece corresponderse con la verdad, a menudo sin darse cuenta de que lo ha hecho. Pero la auténtica verdad es que no hay algo así como una sola verdad a encontrar en el arte dramático. Hay muchas. Estas verdades se desafían unas a otras, se rechazan, se ignoran, se desafían, no se ven mutuamente. A veces uno siente que tiene la verdad de un momento en la mano, luego se desliza por entre los dedos y se pierde.
Con frecuencia me han preguntado de dónde salen mis obras. No puedo decirlo. Ni puedo siquiera resumir mis obras, excepto decir que esto es lo que pasó. Que es lo que dijeron. Que es lo que hicieron.
La mayoría de las obras nacieron de una frase, de una palabra, de una imagen. A la palabra dada a menudo la sigue de cerca una imagen. Voy a dar dos ejemplos de dos frases que salieron de golpe de mi cabeza, seguidas de una imagen, seguidas por mí.
Las obras son The Homecoming y Old Times. La primera frase de The Homecoming es “¿Qué hicieron con las tijeras?” La primera frase de Old Times es “Oscuro”'
En ambos casos no tenía más información.
En el primero, alguien, obviamente estaba buscando un par de tijeras y estaba preguntando dónde andaban a alguien de quien sospechaba que probablemente se las hubiera robado. Pero de algún modo yo sabía que la persona a la que se dirigía le importaban un comino las tijeras y también el que preguntaba.
“Oscuro” supuse que era una descripción del cabello de alguien, el pelo de una mujer, y era la respuesta a una pregunta. En ambos casos me sentí compelido a continuar el tema. Esto sucedió de manera visual, un matiz muy lento, de la sombra a la luz.
Siempre comienzo una obra llamando a los personajes A, B y C.
En la obra que llegó a ser The Homecoming vi a un hombre entrar a una habitación austera y hacer la pregunta a un hombre más joven sentado en un sofá feo leyendo una revista de carreras. De algún modo sospeché que A era el padre y B era su hijo, pero no tenía pruebas. Esto sin embargo se confirmó apenas un momento después cuando B (que luego se iba a convertir en Lenny) le dice a A (que luego se iba a convertir en Max), “Papá, ¿te molesta si cambio de tema? Quiero preguntarte algo. La cena de hace un rato, ¿cómo se llamaba? ¿Cómo le decís? ¿Por qué no comprás un perro? Sos un perro cocinando. De veras. Pensás que estás cocinando para un montón de perros.” Así, como B le dice “Papá” a A, me pareció razonable suponer que eran padre e hijo. A era también claramente el cocinero y su comida no parecía gozar de alta estima. ¿Esto significa que no había una madre? No sabía. Pero, como me dije entonces, nuestros comienzos nunca conocen nuestros desenlaces.
“Oscuro”. Un ventanal. Cielo del atardecer. Un hombre (que luego iba a ser Deeley), y una mujer, B (que sería luego Kate), sentados tomando algo. “¿Gordo o flaco?” pregunta el hombre. ¿De qué están hablando? Pero luego veo, de pie en la ventana, a una mujer, C (que luego sería Anna), iluminada de otro modo, de espaldas a ellos, con el pelo negro.
Es un momento raro el momento de crear personajes que hasta entonces no tenían existencia. Lo que sigue es irregular, incierto, inclusive alucinante, aunque a veces puede ser una avalancha indetenible. La posición del autor no es fácil. En cierto sentido no es bien recibido por los personajes. Los personajes se le resisten, no es fácil convivir con ellos, es imposible definirlos. Ciertamente uno no puede dictarles. En cierta medida uno juega con ellos un juego interminable, al gato y al ratón, al gallo ciego, a las escondidas. Pero al final uno se da cuenta de que tiene personas de carne y hueso en las manos, gente con voluntad y sensibilidad propia, hecha de rasgos que uno es incapaz de cambiar, manipular o distorsionar.
Así el lenguaje en el arte sigue siendo una transacción altamente ambigua, arena movediza, trampolín, un pozo cubierto de hielo que puede resquebrajarse bajo los pies de uno, el autor, en cualquier momento.
Pero como dije, la búsqueda de la verdad nunca puede detenerse. No puede aplazarse, ni postponerse. Hay que enfrentarla, ahí mismo, en el momento.
El teatro político presenta un conjunto de problemas completamente distintos. Hay que evitar a toda costar dar sermones. La objetividad es esencial. Hay que dejar que los personajes respiren en su propia atmósfera. El autor no puede reducirlos y constreñirlos para que satisfagan los gustos, inclinaciones o prejuicios que él tenga. Debe estar preparado para acercarse a ellos desde una amplia variedad de ángulos, desde una completa y desinhibida gama de perspectivas, tomarlos por sorpresa, tal vez, ocasionalmente, pero como sea, darles la libertad para que hagan su voluntad. Esto no siempre funciona. Y la sátira política, desde luego, no adhiere a ninguno de estos preceptos, de hecho hace precisamente lo opuesto, lo que es su función adecuada.
En mi obra The Birthday Party creo que doy lugar a una completa serie de opciones para actuar en un denso bosque de posibilidades antes de finalmente centrarme en un acto de conquista.
Mountain Language no busca tal variedad operativa. Es brutal, corta y fea. Pero los soldados de la obra logran cierta diversión. A veces uno se olvida de que los torturadores fácilmente empiezan a aburrirse. Necesitan reírse un poco para mantener el espíritu. Esto se ha confirmado desde luego por los hechos de Abu Ghraib en Baghdad. Mountain Language sólo dura veinte minutos, pero podría seguir hora tras hora y más y más, el mismo esquema repetido una y otra vez, y de nuevo, hora tras hora.
Ashes to Ashes, por otro lado, me parece que tiene lugar bajo el agua. Una mujer ahogándose, alzando la mano entre las olas, hundiéndose y quedando fuera de la vista, buscando a los demás sin encontrar a nadie ahí, sea en la superficie o bajo el agua, encontrando únicamente sombras, reflejos, flotando, la mujer, una figura perdida en un escenario de ahogo, una mujer incapaz de escapar de un destino que parecía pertenecer sólo a los otros. Pero como ellos murieron, ella debe morir también.
El lenguaje político, tal como lo usan los políticos, no se aventura en ninguno de estos territorios ya que la mayoría de los políticos, según las pruebas de que disponemos, no están interesados en la verdad sino en el poder y en mantener ese poder. Para mantenerlo es fundamental que la gente permanezca en la ignoracia de que viven ignorando la verdad, inclusive la verdad de sus propias vidas. Lo que nos rodea es por lo tanto un vasto tapiz de mentiras de las que nos alimentamos.
Como cualquiera sabe, la justificación para invadir Irak fue que Saddam Hussein poseía un poderoso arsenal de armas de destrucción masiva, algunas de las cuales podían ser disparadas en cuarenta y cinco minutos y producir una devastación abrumadora. No era cierto. Se nos dijo que Irak tenía relación con Al Quaeda y que compartían la responsabilidad por la atrocidad de Nueva York el once de septiembre de 2001. Se nos aseguró que era cierto. No era cierto. Se nos dijo que Irak era una amenaza para la seguridad del mundo. Se nos aseguró que era cierto. No era cierto.
La verdad es completamente diferente. La verdad tiene que ver con el modo en que los Estados Unidos entienden su papel en el mundo y cómo lo manifiestan.
Pero antes de volver al presente me gustaría mirar el pasado reciente, es decir a la política exterior norteamericana desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Creo que tenemos la obligación de someter este período a por lo menos cierto examen aunque limitado, que es lo que el tiempo aquí nos permite.
Todos saben lo que pasó en la Unión Soviética y en Europa Oriental durante el período de postguerra: la brutalidad sistemática, las atrocidades expandidas, la cruel supresión del pensamiento independiente. Todo esto está ampliamente documentado y ha sido verificado.
Pero mi disputa aquí es que los crímenes de los Estados Unidos durante el mismo período sólo fueron registrados superficialmente, y ni hablar de que hayan sido documentados, conocidos o reconocidos siquiera como crímenes. Creo que esto debe ser considerado y que la verdad tiene una inmensa relación con la situación en que está el mundo hoy. Aunque restringida en cierta medida, por la existencia de la Unión Soviética, las acciones de los Estados Unidos por todo el mundo dejan claro que han llegado a la conclusión de que tienen carta blanca para hacer lo que quieran.
La invasión directa a un estado soberano nunca fue de hecho el método preferido de los norteamericanos. Han preferido lo que se denomina “conflicto de baja intensidad”. Conflicto de baja intensidad significa que miles de personas mueren, pero más lentamente que si se les arroja una bomba de una sola vez. Significa que se infecta el corazón del país, que se propicia el crecimiento de algo maligno y se observa como florece la gangrena. Cuando el pueblo ha sido sometido –o apaleado hasta morir- es lo mismo, y los amigos, los militares y las grandes corporaciones se asientan cómodamente en el poder, entonces van ante las cámaras y dicen que la democracia ha prevalecido. Este es un lugar común en la política exterior de los Estados Unidos durante los años a los que me refiero.
La tragedia de Nicaragua fue un caso altamente significativo. Elijo presentarlo aquí como un ejemplo sustancial de la visión de Norteamérica acerca de su rol en el mundo, tanto antes como ahora.
Estaba presente en una reunión en la Embajada de Estados Unidos en Londres a fines de la década del ochenta.
El Congreso de los Estados Unidos iba a decidir si dar más y más dinero a los Contras para su campaña contra el estado de Nicaragua. Yo era miembro de una delegación en favor de Nicaragua, pero el miembro más importante de esta delegación era el Padre John Metcalf. El líder de la institución norteamericana era Raymond Seitz (entonces el segundo después del embajador, luego embajador). El Padre Metcalf dijo: “Señor, estoy a cargo de una parroquia en el norte de Nicaragua. Mis feligreses construyeron una escuela, un centro de salud, un centro cultural. Hemos vivido en paz. Hace unos meses, los contras atacaron la parroquia. Destruyeron todo, la escuela, el centro de salud, el centro cultural. Violaron a las enfermeras y maestras, asesinaron a los doctores de la manera más brutal. Se comportaron como salvajes. Por favor pida que el gobierno de los Estados Unidos deje de apoyar esta espantosa actividad terrorista.
Raymond Seitz tenía muy buena reputación como hombre racional, responsable y altamente culto. Era muy respetado en los círculos diplomáticos. Oyó, hizo una pausa, y luego habló con cierta gravedad: “Padre”, dijo, “permítame decirle algo, en la guerra, la gente inocente siempre sufre”. Hubo un silencio helado. Nos quedamos mirándolo. No se le movió un pelo. Es cierto, la gente inocente, siempre sufre.
Al final alguien dijo: “Pero en este caso la ´gente inocente´ fue víctima de una enorme atrocidad subsidiada por su gobierno, una atrocidad entre muchas otras. Si el Congreso otorga a los Contras más dinero, van a ocurrir muchas más atrocidades como esta. ¿O no es así? Por lo tanto, ¿su gobierno es o no culpable de financiar crímenes y destrucción inflingidos a los ciudadanos de un estado soberano?"
Seitz se mantuvo imperturbable. “No estoy de acuerdo en que los hechos tal como han sido presentados sostengan sus afirmaciones”, dijo.
Cuando nos estábamos yendo un empleado de la embajada me dijo que le gustaban mis obras. No le contesté nada.
Debo recordarles que por ese tiempo el presidente Reagan hizo la siguiente afirmación: “Los Contras son el equivalente moral de nuestros Padres Fundadores."
Los Estados Unidos apoyaron la brutal dictadura de Somoza en Nicaragua por más de cuarenta años. El pueblo nicaragüense, conducido por los sandinistas, derrocó el regímen en 1979, en una conmocionante revolución popular.
Los sandinistas no eran perfectos. Poseían su dosis de arrogancia y su filosofía política tenía una cantidad de elementos contradictorios. Pero eran inteligentes, racionales y civilizados. Intentaron cimentar una sociedad estable, decente y pluralista. Se abolió la pena de muerte. Cientos de miles de campesinos sacudidos por la pobreza fueron devueltos a la vida. Se concedió el título de propiedad de la tierra a más de cien mil familias. Se construyeron dos mil escuelas. Una formidable campaña de alfabetización redujo el analfabetismo en el país a menos de un siete por ciento. Se implantó la educación y el servicio de salud gratuitos. La mortalidad infantil se redujo a un tercio y se erradicó la poliomielitis.
Los Estados Unidos denunciaron estos logros como subversión marxista-leninista. Para el gobierno de los Estados Unidos se mostraba un peligroso ejemplo. Si se permitía a Nicaragua establecer normas básicas de justicia social y económica, si se permitía elevar los niveles de atención sanitaria y educación y lograr unidad social y soberanía nacional, los países vecinos se ocuparían de las mismas cuestiones y harían lo mismo. Había desde luego entonces una fuerte resistencia al statu quo en El Salvador.
Hablé antes acerca de “un tapiz de mentiras” que nos rodea. El presidente Reagan habitualmente describía a Nicaragua como “una mazmorra totalitaria”. En general los medios, incluido por cierto el gobierno británico, tomaban esto como un comentario certero y adecuado. Pero en realidad no hay registro de escuadrones de la muerte que actuaran durante el gobierno sandinista. No hay registro de torturas. No hay registro de brutalidad militar sistemática u oficial. No se asesinó a sacerdotes en Nicaragua, de hecho había tres sacerdotes en el gobierno, dos jesuitas y un misionero Maryknoll. Las mazmorras totalitarias estaban en realidad al lado, en El Salvador y Guatemala. Los Estados Unidos habían derrocado al gobierno democráticamente elegido en Guatemala en 1954 y se estima que más de doscientas mil personas fueron víctimas de las sucesivas dictaduras militares.
Seis de los más distinguidos jesuitas del mundo fueron perversamente asesinados en la Univerdiad Centroamericana en San Salvador en 1989 por un batallón del regimiento Alcatl, entrenado en Fort Benning, Georgia, USA. Un hombre tan extremadamente valiente como el Arzobispo Romero fue asesinado mientras decía misa. Se estima que murieron setenta y cinco mil personas. ¿Por qué las mataron? Las mataron porque creían que una vida mejor era posible y había que lograrla. Esta creencia inmediatamente los convertía en comunistas. Murieron porque se atrevieron a cuestionar el status quo, la infinita planicie de pobreza, enfermedad, degradación y opresión, que había sido su condición de nacimiento.
Los Estados Unidos finalmente derribaron al gobierno sandinista. Les llevó varios años y tuvieron considerable resistencia pero la pobreza y treinta mil muertos finalmente minaron el espíritu del pueblo nicaragüense. Estaban agotados y nuevamente golpeados por la pobreza. Se terminaron la educación y la salud gratuitas. Había prevalecido la “democracia”.
Pero esta “política” de ningún modo se limitó a América Central. Se llevó adelante en todo el mundo. Sin cesar. Y parece que nunca hubiera sucedido nada.
Los Estados Unidos apoyaron y en muchos casos dieron origen a todas las dicaturas militares de derecha del mundo después de la Segunda Guerra Mundial. Me refiero a Indonesia, Grecia, Uruguay, Brasil, Paraguay, Haití, Turquia, Filipinas, Guatemala, El Salvador, y, desde luego, Chile. El horror que los Estados Unidos infligieron a Chile en 1973 nunca podrá purgado ni olvidado.
Cientos de miles de muertes tuvieron lugar en toda la extensión de esos países. ¿Tuvieron lugar? ¿Y en todos los casos se atribuyen a la política exterior de los Estados Unidos? La respuesta es que sí, que tuvieron lugar y que son atribuibles a la política exterior norteamericana. Pero pareciera que no se sabe.
Nunca sucedió. Nada sucedió nunca. Inclusive cuando estaba sucediendo no estaba sucediento. No importaba. No era asunto de interés. Los crímenes de los Estados Unidos han sido sistemáticos, constantes, perversos, sin remordimientos, pero en realidad muy poca gente habló de ellos. Hay que adjudicárselos a Norteamérica. Han ejercido una manipulación del poder muy cínica en todo el mundo al enmascarase como una fuerza a favor del bien universal. Es un acto de hipnosis brillante, incluso ingenioso y altamente exitoso.
Sostengo que los Estados Unidos son sin duda el mayor espectáculo a la vista. Brutales, indiferentes, desdeñosos e inmisericordes, pero también muy hábiles. Como un vendedor ambulante andan por su cuenta y su bien más vendible es el amor propio. Son los ganadores. Escuchen a todos los presidentes norteamericanos en la televisión decir las palabras “el pueblo americano”, como en la frase, “Le digo al pueblo americano que es tiempo de orar y de defender los derechos del pueblo americano y le pido al pueblo americano que confíe en su presidente respecto de la acción que está por emprender en nombre del pueblo americano.”
Es una estratagema fulgurante. En realidad el lenguaje se usa para mantener a raya el pensamiento. Las palabras “el pueblo americano” proveen un auténtico y voluptuoso almohadón que da seguridad. No es necesario que usted piense. Sólo recuéstese en el almohadón. El almohadón bien puede ahogar su inteligencia y sus facultades críticas, pero es tan cómodo. Desde luego esto no se aplica para los cuarenta millones de personas que viven bajo la línea de pobreza ni para los dos millones de hombres y mujeres encarcelados en el vasto gulag de prisiones que se extienden por todo Estados Unidos.
Los Estados Unidos ya no se preocupan por los conflictos de baja intensidad. Ya no consideran que deban ser discretos o inclusive indirectos. Ponen las cartas sobre la mesa sin miedo ni favor. No les importa en absoluto lo que digan las Naciones Unidas, las leyes internacionales, el disenso crítico, que ven como algo impotente e irrelevante. También tienen a su propia ovejita atada balando detrás, la patética y supina Gran Bretaña.
¿Qué ha pasado con nuestra sensibilidad moral? ¿La tuvimos alguna vez? ¿Qué quieren decir estas palabras? ¿Se refieren a un término muy raramente empleado en estos días... la conciencia? ¿Una conciencia que se relaciona no sólo con nuestros propios actos sino que también tiene que ver con nuestra responsabilidad compartida en los actos de otros? ¿Ha muerto todo esto? Miremos la Bahía de Guantánamo. Cientos de personas detenidas sin cargos por más de tres años, sin representación legal, ni el debido proceso, técnicamente detenidas para siempre. Esta estructura absolutamente ilegítima se mantiene desafiando las Convenciones de Ginebra. No sólo se tolera sino que apenas es tenida en cuenta por lo que se denomina la “comunidad internacional”. Este abuso criminal lo comete un país que se declara “líder del mundo libre”. ¿Pensamos en los reclusos de la Bahía de Guantánamo? ¿Qué dicen de ellos los medios? Ocasionalmente hay alguna referencia, una columnita en la página seis. Han sido confinados en una tierra de nadie de la cual por cierto puede que nunca regresen. En la actualidad hay muchos en huelga de hambre, alimentados a la fuerza, incluyendo residentes británicos. Ningún buen trato en esa alimentación a la fuerza, ni sedantes ni anestesia. Simplemente un tubo metido en la nariz y en la garganta. Vomitan sangre. Es tortura. ¿Qué dice el Secretario de Asuntos Exteriores británico de esto? Nada. ¿Qué ha dicho el Primer Ministro Británico de esto? Nada. ¿Por qué no? Porque los Estados Unidos han declarado que criticar su conducta en la Bahía de Guantánamo constituye un acto no amistoso. O están con nosotros o están contra nosotros. Así que Blair se calla la boca.
La invasión a Irak fue un acto de bandidaje, un acto flagrante de terrorismo de Estado que demuestra un desprecio absoluto por la ley internacional. La invasión fue una acción militar arbitraria inspirada por una serie de mentiras sobre mentiras y una grotesca manipulación de los medios y por lo tanto de la gente, un acto destinado a consolidar el control militar y económico norteamericano en Medio Oriente enmascarado –como último recurso- cuando todas las otras justificaciones no logron autojustificarse, como liberación. Una afirmación formidable de fuerza militar responsable de la muerte y mutilación de miles y miles de personas inocentes.
Llevamos la tortura, bombas racimo, uranio reducido, innumerables actos de crímenes fortuitos, miseria, degradación y muerto al pueblo iraquí y lo llamamos “llevar la libertad y democracia a Medio Oriente”.
¿A cuánta gente hay que matar para poder ser calificado de asesino en masa y criminal de guerra? ¿Cien mil? Más que suficiente, diría. Por lo tanto es justo que Bush y Blair sean procesados por la Corte de Justicia Internacional Criminal. Pero Bush ha sido hábil. No ha ratificado a esa Corte de Justicia Internacional Criminal. Por lo tanto si cualquier soldado norteamericano o, pongamos por caso, cualquier político, fuera a parar al estrado, Bush ha advertido que enviará a los marines. Pero Tony Blair ha ratificado a la Corte de modo que está disponible para que se lo juzgue. Podemos darle su dirección a la Corte, si es que están interesados. Es la calle Downing Nº 10, Londres.
La muerte en este contexto es irrelevante. Tanto Bush como Blair dejan a la muerte para más adelante. Al menos cien mil iraquíes fueron asesinados por las bombas y misiles norteamericanos antes de que comenzara la insurgencia en Irak. Esta gente no es de ningún momento. Sus muertes no existen. Son vacíos. Ni siquiera se han registrado sus muertes. “No contamos cuerpos”, dijo el general norteamericano Tommy Franks.
Al principio de la invasión se publicó una foto en la primera página de los periódicos británicos donde Tony Blair le besaba la mejilla a un niño iraquí: “Un chico agradecido”, decía el epígrafe. Unos pocos días depués había una historia y una fotografía en una página interior, de otro chico de cuatro años y sin brazos. Su familia había volado por un misil, el chico era el único sobreviviente. “¿Cuándo voy a tener los brazos de nuevo?”, preguntaba. La historia quedó a un lado. Bien, Tony Blair no lo tenía en brazos, tampoco el cuerpo de ningún otro chico mutilado, ni el cuerpo de ningún cadáver ensangrentado. La sangre es sucia. Ensucia la camisa y la corbata cuando uno está dando un sincero discurso en la televisión.
Los dos mil norteamericanos muertos son una molestia. Son transportados a sus tumbras en la oscuridad. Los funerales son discretos, quedan fuera de la vista de los daños. Los mutilados se pudren en sus camas, algunos por el resto de sus vidas. Así los muertos y los mutilados se pudren, ambos, solo que en diferentes clases de tumbas.
Aquí hay un extracto de un poema de Pablo Neruda, “Explico algunas cosas”:

Y una mañana todo estaba ardiendo
y una mañana las hogueras
salían de la tierra
devorando seres,
y desde entonces fuego,
pólvora desde entonces,
y desde entonces sangre.
Bandidos con aviones y con moros,
bandidos con sortijas y duquesas,
bandidos con frailes negros bendiciendo
venían por el cielo a matar niños,
y por las calles la sangre de los niños
corría simplemente, como sangre de niños.

Chacales que el chacal rechazaría,
piedras que el cardo seco mordería escupiendo,
víboras que las víboras odiaran!

Frente a vosotros he visto la sangre
de España levantarse
para ahogaros en una sola ola
de orgullo y de cuchillos!

Generales
traidores:
mirad mi casa muerta,
mirad España rota:
pero de cada casa muerta sale metal ardiendo
en vez de flores,
pero de cada hueco de España
sale España,
pero de cada niño muerto sale un fusil con ojos,
pero de cada crimen nacen balas
que os hallarán un día el sitio
del corazón.

Preguntaréis por qué su poesía
no nos habla del sueño, de las hojas,
de los grandes volcanes de su país natal?

Venid a ver la sangre por las calles,
venid a ver
la sangre por las calles,
venid a ver la sangre
por las calles!


Quiero que quede claro que al citar el poema de Neruda no estoy de ningún modo comparando la España Republicana con el Irak de Saddam Hussein. Cito a Neruda porque no he leído en ninguna otra parte de la poesía contemporánea una descripción tan poderosa y visceral acerca del bombardeo a civiles.
Dije antes que los Estados Unidos ahora son totalmente francos al poner las cartas sobre la mesa. Es así. Su política oficial declarada ahora se define como “dominio de todo el espectro”. No son palabras mías, sino de ellos. “Dominio de todo el espectro” significa control de la tierra, el mar, el aire, el espacio y todos los recursos disponibles.
Actualmente los Estados Unidos disponen de setecientas dos instalaciones militares en todo el mundo, ubicadas en ciento treinta y dos países, con la honrosa excepción de Suecia, desde luego. Todavía no sabemos bien cómo llegaron ahí, pero ahí están.
Los Estados Unidos poseen ocho mil cabezas nucleares de guerra activas y operantes. Dos mil están en alerta inmediata, listas para ser disparadas en quince minutos de advertencia. Están desarrollando nuevos sistemas de fuerza nuclear, conocidos como bunker busters. Los británicos, siempre cooperando, estan intentado emplazar su propio misil nuclear, Trident. ¿A quién, me pregunto, le apuntan? ¿A Osama bin Laden? ¿A usted? ¿A mí? ¿A Joe Dokes? ¿A China? ¿A París? ¿Quién sabe? Lo que sí sabemos es que esta locura infantil –la posesión y la amenaza del uso de armas nucleares- está en el centro de la filosofía política norteamericana. Debemos recordar que los Estados Unidos están en permanente maniobra militar y no dan señales de disminuirla.
Muchos miles, si no millones de personas de los Estados Unidos mismos están visiblemente perturbadas, avergonzadas y disgustadas por las acciones de su gobierno, pero tal como están las cosas no son una fuerza política coherente, todavía. Pero la angustia, la incertidumbre y el miedo que podemos ver que crece a diario en los Estados Unidos es poco probable que disminuya.
Sé que el presidente Bush tiene muchos escritores de discursos que son extremadamente competentes, pero me gustaría ofrecerme para esa tarea. Propongo la siguiente elocución breve que puede ofrecer por televisión a todo el país. Lo veo, grave, con el cabello cuidadosamente peinado, serio, ganador, sincero, a menudo complacido, a veces mostrando una sonrisa irónica, curiosamente atractivo, un hombre hecho y derecho.
Dios es bueno. Dios es grande. Dios es bueno. Mi Dios es bueno. El Dios de Bin Laden es malo. Su Dios es malo. El Dios de Saddam era malo, pero no tenía. Era un bárbaro. Nosotros no somos bárbaros. No le cortamos la cabeza a la gente. Creemos en la libertad. Dios también. Yo no soy un bárbaro. Soy el líder elegido democráticamente de una democracia amante de la libertad. Somos una sociedad compasiva. Electrocutamos compasivamente y damos compasivamente inyecciones letales. Somos una gran nación. Yo no soy un dictador. El es. Yo no soy un bárbaro. El es. Y él es. Todos ellos son. Yo poseo la autoridad moral. ¿Ven este puño? Es mi autoridad moral. No se vayan a olvidar.”
La vida de un escritor es un acto altamente vulnerable, casi desnuda. No tenemos que lamentarnos por eso. El escritor hace sus elecciones y se aferra a ellas. Pero es cierto que uno está abierto a todos los vientos, algunos de ellos helados por cierto. Uno esta en la intemperie, solo, en riesgo. No encuentra refugio ni protección –a menos que mienta- en cuyo caso desde luego habrá logrado su propia protección y, podría decirse, se habrá convertido en un político.
Me referí a la muerte en varias ocasiones esta noche. Ahora voy a citar un poema mío que se llama “Muerte”:

¿Dónde encontraron el cuerpo muerto?
¿Quién encontró el cuerpo muerto?
¿Estaba muerto el cuerpo cuando lo encontraron?
¿Cómo encontraron el cuerpo muerto?

¿Quién era el cuerpo muerto?

¿Quién era el padre o hija o hermano
o tío o hermana o madre o hijo
del cuerpo muerto y abandonado?

Estaba muerto el cuerpo cuando lo abandonaron?
¿Estaba el cuerpo abandonado?
¿Por quién fue abandonado?

¿Estaba el cuerpo muerto desnudo o vestido para un viaje?

¿Qué le hace declarar al cuerpo muerto, muerto?
¿Usted declara al cuerpo muerto, muerto?
¿Cuánto sabía del cuerpo muerto?
¿Cómo sabía que el cuerpo muerto estaba muerto?

Lavó al cuerpo muerto
Le cerró los dos ojos
Enterró el cuerpo
Lo dejó abandonado
Besó al cuerpo muerto

Cuando nos miramos en el espejo pensamos que la imagen que nos devuelve es exacta. Pero si nos movemos un milímetro la imagen cambia. Estamos en realidad mirando una amplia gama de reflejos. Pero a veces un escritor tiene que romper el espejo –porque es del otro lado de ese espejo que la verdad nos contempla..
Creo que a pesar de las enormes desventajas que existen, sin cobardías ni dobleces, con fuerte decisión intelectual, como ciudadanos, definir la verdad real de nuestras vidas y nuestras sociedades es una obligación fundamental que recae sobre todos nosotros. Es de hecho un imperativo.
Si tal decisión no está encarnada en nuestra visión política no tenemos esperanzas de recuperar lo que estamos a punto de perder –la dignidad humana.